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Eduardo Soto
12/08/2025

Las cáscaras

Cuando se habla de corrupción me pregunto qué hubiera pasado si en este país, como se hizo en Islandia en 2008, se hubiera dejado quebrar a los bancos corruptos. Hubo que reunir miles de millones parar rescatar a los bancos, precisamente para esos mismos que se encargaban de la evasión fiscal de miles de millones. Esas mismas noches de insomnio, vienen a mi cabeza las oportunidades perdidas en aquellos años de la crisis de las subprime.  Recuerda que en 2009 el G20 se reunía parar identificar y suprimir los paraísos fiscales. Después de arduas y sesudas deliberaciones encontraron que había… tres. En cuanto el público dejó de prestar atención, un año después, concluyeron que no había ninguno. A día de hoy la ONG Tax Justice Network considera que hay alrededor de 60-70 jurisdicciones con características de paraíso fiscal.  A nadie se le escapa que sin paraísos fiscales la corrupción pierde sus cimientos.

La publicación de los Papeles de Panamá en abril de 2016 por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) tuvo un gran impacto. Supuestamente iba a aumentar la transparencia financiera global y los gobiernos se comprometieron a endurecer las leyes contra el lavado de dinero.  Gracias a la connivencia de los bancos, el fraude fiscal es un deporte muy divertido para los ricos, la mayoría de los cuales, gracias a eso que llaman “ingeniería fiscal” con sociedades interpuestas, pagan, en el mejor de los casos, un 0,005% de sus ganancias. En 2020 Amazon arrojó un beneficio de 44.000 millones de euros; declaró pérdidas por 1,2 millones de euros (vean el documental TAX WARS, si quieren saber cómo lo hizo).

¿Se puede acabar con los paraísos fiscales? Claro. Basta con votar a políticos dispuestos a suprimirlos. Mira, se pueden usar sanciones comerciales contra paraísos fiscales. Lo propuso la UE en 2021, lástima que solo fue de boquilla. Sirvió para que Suiza, por ejemplo, ajustara un poco sus leyes para evitar represalias. Hoy sigue siendo un centro financiero opaco en muchos aspectos. Con la presión y la legislación se consiguen cosas: en 1993 la recaudación fiscal en España era del 30% del PIB (unos 150.000 millones €) en 2023 fue del 38% del PIB (unos 240.000 millones. Se avanza, pero hay que seguir apretando. En 1972 el economista James Tobin propuso una Tasa para gravar las transacciones financieras especulativas, especialmente las operaciones de cambio de divisas. Esa tasa del 5% recaudaría unos 400.000 millones de euros anuales globalmente (según cálculos del propio FMI).  Esos fondos podrían financiar vivienda pública o las energías renovables que necesitan en algunos países de África para lograr una sanidad descentralizada. 

Y sí, hay que conseguir urgentemente la separación radical entre la banca comercial y la banca de inversión. Esto evitaría la especulación. Para legos como yo: esto evitaría que gente solo por disponer de dinero de más (normalmente por herencia) gane mucho, mucho, más dinero sin dar un palo al agua, mientras tú, quizá, no puedas nunca comprarte un piso. No te hablo de alguien que invierte, investiga, se esfuerza, genera riqueza y puestos de trabajo. La economía especulativa es 2.5 veces más grande que la economía real. La especulación con derivados o algoritmos no crea empleos ni bienes útiles, y como se ha visto (y se verá), puede desestabilizar economías enteras.

Decía Rufián que hay que unificar la izquierda y Alberto Garzón que hay que exponer políticas socioeconómicas valientes. La “narrativa competitiva” de la izquierda, en mi pueblerina opinión, no está en quedarse en el barrio a jugar esa vil partida de los emigrantes que propone el egoísmo de derechas, sino en ampliar el foco y levantar la mirada al planeta. Toca volver a hablar de cambiar las reglas del mundo (mundial). Las económicas mencionadas, desde luego, y habrá oportunidades golosas cuando el Rubio termine de cagarla. Superar ya el ombliguismo de las nacionalidades (y así sus contrapartes patrióticas), denunciar la falacia de la seguridad armada (y su gasto hediondo, torticero y odioso), llevar lejos, a todos los países (y a la unidad de las ONGs), la voz que acabe con el Veto en el Consejo de Seguridad, para lograr esa necesaria, global, democracia real en la ONU que permita abrir los diálogos necesarios para detener las guerras y los genocidios. Ir al grano, a las tajadas, y no a las cáscaras de la política.