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Feria y Fiestas de San Julián 2025

“Llegaba la Feria y para mí esos diez días eran sagrados”

De niño quería ser feriante y aunque años después optó por estudiar Farmacia, Jesús Calvo conserva esos “recuerdos de ferias” que marcaron su infancia
Foto: Sara M. de Lerma
31/08/2025 - Eduardo Crespo

Esta es la historia de un niño conquense que a la edad de seis años se enamoró de un clásico de feria, el Zig-Zag. Es la historia de un niño que, después de disfrutar de las atracciones, llegaba a casa y dibujaba “de memoria” La Nube, El Galeón o El Discovery. Y es la historia de un niño que, cada verano, esperaba con avidez el mes de agosto porque venía “algo sagrado” que eran los días grandes de la Feria y Fiestas de San Julián. Aquel niño enamorado de la Feria y de todo lo que suponía la marea de luces, colores y movimientos, llegó a fantasear con ser feriante, aunque la vida y la madurez le llevaran más tarde por el camino de la ciencia. 

“Hasta los 10 años quería ser feriante y cuando alguien me preguntaban por qué, yo contestaba que así podía recorrer toda España, hacerme amigo de la gente de la feria y montar en todas las atracciones las veces que quisiera”, nos cuenta entre risas Jesús Calvo, a quien preguntamos por esa primera imagen de la Feria que guarda en su memoria: “Es la de estar montando en el Zig Zag con seis años y querer montar mil veces más porque nunca me aburría. Era una atracción de feria muy visual, segura y a mí me fascinaba”. Aquel impacto visual en el entonces ‘Carrero’ marcó el inicio de una pasión que se prolongó hasta su marcha a Madrid con 19 años.

 

EL RITUAL DE CADA AGOSTO

Para el Jesús niño, el ritual de la Feria comenzaba a primeros de agosto cuando su padre le guardaba recortes de prensa local con las novedades que iban a llegar ese año a Cuenca. Más tarde, sobre el día 15 de agosto, visitaba in situ los alrededores del recinto para ver si ya había un scalextric o alguna churrería montada. “Era esa necesidad de saber si se había plantado ya la semilla para después ver crecer el árbol”, recuerda.

Con el desfile de las carrozas por las calles de la ciudad arrancaban por fin la Feria, “y esa misma noche conforme iba llegando al recinto ferial y veía las atracciones de lejos, se me ponían los ojos como platos”, nos cuenta Jesús, para quien pesaba más lo visual que el deseo inmediato de montar en todas las atracciones. Y así, de la mano de sus padres y abuelos, Jesús vivía con intensidad los días más emocionantes de agosto. 

Décadas después, aquellos recuerdos perviven en un verdadero archivo sentimental que incluye dibujos, programas de los años 90 y 2000, fotografías y recortes de prensa. “Solía dibujar de memoria porque entonces no había cámaras digitales. Empezaba el dibujo y a lo mejor necesitaba bajar dos o tres días más a la Feria para saber si los colores de la atracción eran verdes, rojos o amarillos.”

Tal era su pasión por la Feria que cada año elaboraba sus propios planos “para recordar lo que se renovaba, lo que era nuevo o lo que no había triunfado”. Entre sus tesoros, Jesús guarda también numerosas anécdotas familiares: “Había un día en el que los abuelos nos invitaban a los nietos a montar las veces que quisiéramos y otro de los recuerdos es la suerte que tenía mi abuelo paterno en las tómbolas. De hecho, un año ganamos un jamón y otro una tortuga de peluche que todavía conservo”.

Gigantes y cabezudos, carrozas, atracciones, conciertos, familia, amigos… momentos en definitiva de un tiempo feliz… porque, como ya leímos en ‘Momo’, el verdadero tiempo no se puede medir por el reloj o el calendario.