Que aprendan
Poco sospechaba el columnista la sorpresa que iba a depararle su segundo día de estancia en Tenerife. Con la calma belleza de San Cristóbal de La Laguna presente aún en su ánimo y en su retina –qué delicia pasear pausada, sosegadamente, sus calles– marchó a la no muy lejana población de Güímar dispuesto a dar su prometida charla sobre, a la par, Cuenca y su propio hacer literario pensando tener como casi lógico telón de fondo el eco de la ancestral tradición guanche que qué menos si el escenario iba a ser un instituto de Enseñanza Secundaria que por nombre ostenta el del Mencey Acaymo. Poco podía sospechar que la mañana iba sin embargo a discurrir de la mano no del recuerdo del cacique isleño sino de las mismísimas míticas figuras manchegas del Caballero de la Triste Figura y su cazurro escudero. Porque eso fue lo que ocurrió, lo que realmente no podía dejar de ocurrir cuando, llegado que hubo a su destino y tras la amable acogida de cuantos integran su profesorado, vino a descubrir la existencia en el centro, compañero de sus aulas, de un museo, ‘El Quijote en el mundo’, que ya para nos quisiéramos por estas nuestras en la actualidad castellano-manchegas tierras. Feliz –y permanente, loado sea el cielo– fruto de una iniciativa surgida al hilo de la conmemoración del cuarto centenario de la publicación de la primera parte de la obra cervantina, oferta a propios y extraños, pero sobre todo a cuantos jóvenes pasan por sus instalaciones, más de cuatrocientas ediciones de las andanzas quijotescas realizadas en más de ochenta países y en más también de ochenta lenguas, del castellano al tamil, del japonés, el chino, el finés o el kurdo al marati o el guaraní, o incluso a jergas cual el lunfardo o mezcolanzas tan de nuestro tiempo como el spanglish; un museo complementado además con elementos audiovisuales y con una espléndida guía didáctica para distintos niveles de enseñanza. Entenderán así que resultara inevitable que mientras saltaba en el discurso de Zóbel o Millares al Júcar, el Huécar, los rascacielos de San Martín, las Semanas de Música Religiosa o la poesía de Diego Jesús Jiménez, al columnista le pareciera ver, al fondo de la sala en la que los alumnos del Mencey seguían con respetuoso interés su mejor o peor llevada disertación, el gesto cómplice de la inmortal pareja cervantina instándole a que, a su vuelta, llevara a sus paisanos un más que claro mensaje: cuéntalo… y que aprendan.