JCCM NUEVO HOSPITAL
Es noticia en Cuenca: Autobuses urbanos Cuenca Rugby ASAJA Cuenca Pádel Balonmano Fútbol Fiestas Patronales

Hacerse el sueco

Que sí, que ¡qué horror!, que ¡qué pena!... ya, todo lo que ustedes quieran pero al final un real y verdadero ahí se pudran o, todo lo más, un hipócrita Dios les ampare. Eso, eso es lo que en definitiva venimos dando los europeos –y por supuesto los españoles- a tantos y tantos ciudadanos sirios como querrían, quién no en su caso, escapar de los horrores de esa guerra, a lo que se ve sin solución, que asola su país y trunca sus vidas en un desgarrador día a día al que, para más desgracia, han venido a sumarse los extremados rigores del invierno más crudo de los que se recuerdan de un siglo para acá. Esos sirios que a lo largo del pasado año salieron de su país a una media de más de ciento cuarenta mil cada mes hasta sumar un millón setecientos mil más a los que ya lo habían hecho anteriormente y que, según ACNUR –la agencia de la ONU para los refugiados- podrían alcanzar a finales de este año el tremendo guarismo de unos cuatro millones, algo absolutamente inasumible para los países que hasta ahora –Líbano, Jordania, Irak y Turquía– les han venido acogiendo mayoritariamente. En tanto nuestra bendita Unión Europea, entrando bien poquito al trapo, y no reincidamos en el fariseismo de embozarnos en la crisis, tan sólo se ha comprometido a recibir como refugiados en su territorio a doce mil trescientos cincuenta. Claro que si no les parece una gran cosa, átense los machos: nuestra solidaria España se ha comprometido a acoger el desmesurado contingente de cien personas frente a, por ejemplo, las diez mil de Alemania. Tan sólo, hablando de europeos, se salen de tan cruda cicatería, benditos sean, los suecos que son los únicos que les han abierto sus puertas de par – eso sí, tienen que conseguir llegar hasta allí, lo que no es precisamente fácil – para, además, darles casa, comida y un sueldo hasta que sean capaces de salir adelante por su propio esfuerzo. Pues déjenme que les diga que, a la contra del refrán (y que me perdonen los eruditos olvidarme de que según ellos el origen etimológico de “sueco” sería en este caso el vocablo latino “soccus” y no el gentilicio del compasivo país nórdico), a la contra, repito, del dicho, hay ocasiones en que hacerse el sueco sería no sinónimo de no darse por enterado sino todo lo contrario, a más de una rotunda demostración de humanidad y todo un timbre de gloria.