De película
Ya, ya sé que suena a tópico lo de que “la vida imita al arte”, y quizá lo sea, pero, qué quieren que les diga, a mí esto del vivir –o del sin vivir– de cada día, me va pareciendo cada vez más pues… pues de novela. A ver si no: ¿no es de novela, pero que de pura, puritita novela, vamos casi de best seller de intriga internacional a lo John Le Carré – bueno, algo de vodevil y de comedia de enredo también tiene– todo el lío este del todos espían a todos que tan alterados nos tiene estas últimas fechas..? Claro que si de intriga hablamos qué me dicen de esas mil cuatrocientas obras de arte que atesoraba el pisito muniqués de don Cornelius Gurlitt y de las desatadas lucubraciones tras su descubrimiento de si, al menos en parte, provienen o no de la rapiña antisemita nazi, que es que parece un caso que ni pintiparado para Herr Gunther, Bernie para los amigos, el policía alemán de los años treinta-cincuenta nacido de la facundia de Philip Kerr. Eso por no hablar de cómo en tantos aspectos nuestra misma más próxima realidad –aumento más que sensible de la presencia de mendigos en nuestras calles o de conciudadanos rebuscando en los contenedores– viene poniendo ante nuestros ojos escenas que cada vez más casi parecen salidas de la descripción del submundo victoriano de tantas novelas de Dickens o, por no irnos tan lejos ni geográfica ni temporalmente, de textos de Baroja o de Barea; o de cómo tragedias como las que –sin que nadie, a lo que parece, sea capaz ni siquiera se decida a ponerles remedio– continúan ocurriendo en las playas italianas de Lanpedusa o, qué caramba, en las de nuestro propio país a golpe de patera o de asalto a la erizada de cuchillas verja melillense, nos llevan si no estrictamente en su trama, sí desde luego a rememorar la desesperación que late bajo un título tan significativo como el balzaciano ‘Los miserables’. Claro que también puede ser que, al revés, lo que sea cierto es que otra de esas frases una y otra vez repetida– la de que muchas veces la ficción narrativa acaba por explicar nuestro mundo mejor que los estudios de los historiadores o incluso que la mismísima crónica periodística– sea la que siga teniendo, pese a su reiteración, plena y total validez.