Cuenca, una odisea en el paro
Mi odisea comenzó a finales de julio, concretamente el martes 23, cuando toda la prensa se hacía eco de una noticia: el gobierno ecuatoriano ofrece 5.500 puestos de trabajo a docentes españoles. Se me hacían los dedos huéspedes. Si pensamos que eso lo destruye María Dolores con una firma de nada, no parece mucho, pero ya os digo yo que es una exageración. Leyendo más detenidamente, uno podía informarse sobre el salario, el procedimiento a seguir, el plazo (se abría el uno de agosto) y hasta el lugar donde comenzaría el proyecto: Azogues, a solo 17 kilómetros de Cuenca, ¡Mira tú qué bien!
Lo que debía ser un trámite consistente en rellenar un simple formulario se convirtió en una auténtica odisea. Lo primero que hice fue meterme en la web que venía en la noticia para ser el primero, no fuese que diesen los trabajos por vez. A pesar de tener sobradamente adquirida la competencia tecnológica, no fui capaz de encontrarlo, y me temo: no lo habría hecho ni el mismísimo Steve Jobbs. Viendo el percal y nervioso decidí ir al SEPECAM a pedir información. Mi sorpresa, cuando tuve que ser yo quien les informase a ellos. Mi sorpresa mayor, cuando no se dignaron a levantar un teléfono para pedir más información como si eso de buscar trabajo para otros no fuese con ellos. Diré también que es la primera vez que tengo algo que reprochar a un funcionario del SEPECAM, hasta ese momento el trato había sido siempre excelente. Salí de allí como había llegado, solo que un poco más perdido.
Ante la situación de desamparo en Cuenca, me lie la mata de las causas perdidas a la cabeza y me decidí a beber de la fuente, es decir, escribí correos electrónicos a los ministerios de educación (www.educacion.gob.es), asuntos exteriores y cooperación (www.maec.es) y empleo (www.empleo.gob.es). Dejé pasar tres o cuatro días, quizás cinco, quizás la semana entera si contamos el lógico fin de semana, y viendo que la callada por respuesta era lo único que estaba obteniendo me dirigí de nuevo a los citados ministerios vía telefónica, y durante tres o cuatro horas fui de ministerio en ministerio, de operador a funcionario, de funcionario a Vivaldi, de Vivaldi a la nada y vuelta a empezar como una bola de pinball o un pobrecito hablador en un archiconocido artículo de Larra. Eso parecía un Consejo de Ministros: nadie sabía nada. Pintaban bastos, hasta que por fin a una funcionaria se le ocurrió invitarme a llamar a la Embajada de Ecuador. En menos de un minuto y medio de conversación me facilitaron por correo electrónico toda la documentación necesaria y los enlaces adecuados para en cinco minutos inscribirme como aspirante al programa. Esto no parecería una broma macabra si unos quince días después no hubiese recibido repuesta de una de las decenas de direcciones a las que escribí. La respuesta clara y contundente, traducida al español mundano: no es asunto nuestro. Búscate la vida.