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Orión
Orión
30/01/2022

Cohesión

Cuando hablamos de la pandemia acostumbramos a barajar cifras de afectados por la enfermedad, velocidad de transmisión del virus, éxitos de las campañas de vacunación, eficacia de las restricciones de diversos tipos o calendarios previsibles de para la recuperación de la “normalidad”.

Comentamos igualmente los efectos sociales y económicos y su reversibilidad: recuperación del empleo perdido (parcialmente contenido por los ERTE), del PIB (hemos tenido la mayor pérdida de riqueza desde la producida por la guerra civil española) y comentamos el impacto que tendrá sobre nuestro bienestar el formidable paquete de recursos que la UE ha puesto a disposición de los Estados.

No son tan frecuentes, sin embargo, las referencias a los efectos que la pandemia ha tenido y sigue teniendo sobre aquellas personas que conforman el segmento social y económico de los excluidos, de los pobres, de aquellas personas que son el foco de atención de los estudiosos de la evolución de la desigualdad y de la exclusión social.

El informe de FOESSA, vinculada a Cáritas, ha resultado ser (como siempre) un aldabonazo de atención y una sacudida emocional e inquietante: la población residente en España sometida a exclusión social grave es hoy un 50% mayor que en 2018.

El calificado por el informe como “shock sin precedentes” no solo afecta a la economía pues incorpora también el incremento del deterioro de las relaciones personales y constata que el cuidado y atención a los necesitados sigue recayendo mayoritariamente sobre las mujeres (de nuevo la desigualdad tiene grados). Dedica también una parte importante al aumento significativo de jóvenes que entran en los parámetros de las diferentes clases de exclusión. Dos golpes seguidos en una década que dejarán una huella permanente en su itinerario laboral y vital.

Crece el número de pobres y crece también la hondura de su pobreza mientras ellos contemplan cómo aumenta a la vez el número de millonarios y el tamaño de su riqueza. Ocurre en todo el mundo. Pero en España el incremento del índice que mide la desigualdad aporta en esta ocasión un dato extremadamente preocupante: ha crecido con la pandemia más que en toda la crisis económica de 2008, lo que consolida a nuestro país en la posición de ser uno de los más destacados de los 27 Estados de la UE.

Los ERTE son alabados por haber conseguido “salvaguardar las rentas de millones de españoles durante la crisis”. Pero no recibe la misma alabanza el modo en que se ha gestionado el otro gran proyecto puesto en marcha por el gobierno de España, el ingreso mínimo vital, nacido para dar cobertura a casi 900.000 hogares y del que solo se han beneficiado, hasta la fecha, un 40% de los originariamente concebidos como beneficiarios. Una buena idea que exige una gestión compleja con condiciones de difícil cumplimiento. Es momento de repensarla y hacerla más accesible y generosa.

Pero no solo han sido las Administraciones Públicas las que han tomado medidas acertadas aunque se hayan demostrado insuficientes, otros agentes sociales lo han hecho y son dignas de ser aplaudidas. ONGs, empresas, y otras organizaciones y colectivos, así como personas a título particular se han sentido vinculados a la necesidad o conveniencia de trabajar con y para los afectados.

Organizaciones como Cáritas y Cruz Roja, por poner solo dos ejemplos, han implementado sus recursos de todo tipo para trabajar con los “pobres de la Tierra”.

De su trabajo y de sus éxitos hablaremos en otra ocasión y lo haremos cuando se conozcan los datos desagregados a nivel regional y provincial referidos a nuestro territorio, Cuenca y Castilla la Mancha.

Pero su trabajo ha paliado muchos dolores, generado esperanza para algunos y han buscado sin desmayo mejorar el acceso a la educación o buscar empleo para un número significativo de excluidos. Y ya sabemos que si la educación iguala el empleo integra. Y sabemos también que buscar la integración, trabajar por la igualdad no es una opción, no es un gasto, es una inversión y un imperativo moral en una sociedad sana. Queda dicho.

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