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Orión
Orión
16/03/2020

El virus y la Igualdad

No es fácil ser ni siquiera medianamente original cuando se escribe sobre un asunto sobre el que todo el mundo opina. En el caso de la epidemia vírica que padecemos, a los problemas habituales (todos hablamos de todo), se une la celeridad en la evolución de las crisis pues en pocas horas cambian los escenarios médicos y de respuesta de las autoridades y se hacen viejos los análisis más sesudos.

Pero lo que se ha mostrado inmutable hasta el momento ha sido una tendencia, un vector direccional. Crece el miedo a la par que aumentan las medidas restrictivas a las actividades sociales que son habitualmente normales, dictadas para contener la expansión de la enfermedad.

Todas tienen efectos económicos que los medios han glosado generosamente y que son muy preocupantes, aunque afecten de modo desigual a empresas, personas, grupos y colectivos profesionales. No insistiremos en ello.

Algunas de estas medidas tienen unas consecuencias que van a someter a escrutinio la salud de la que goza la carrera por la igualdad de hombres y mujeres, tan demandada, tan necesaria, tan distante en su consecución.

Trataremos de explicarnos. Todos los actores públicos destacan la necesidad de aprender de esta traumática experiencia que nos ha tocado vivir a fin de mejorar el abordaje de futuras crisis globales.

Para ello es preciso publicitar errores y aciertos de modo que el aprendizaje sea posible y eficaz. Pero no siempre nos comportamos de esa manera. Veamos un ejemplo: cierran escuelas, institutos y centros de día y recreo que mantienen a niños, jóvenes y ancianos ocupando su tiempo lejos de casa durante un buen número de horas. Vuelven a casa y necesitan atención continuada de los adultos de la unidad familiar con un alto grado de dedicación para ser atendidos.

¿Por quienes? Mayoritariamente por las mujeres de la casa. Eso es seguro.

Como seguro es que esa conducta que comporta un alto grado de desigualdad quedará confinado en el ámbito doméstico y no será portada de ningún medio de comunicación. La ropa sucia se lava en casa.

Y decimos “ropa sucia” porque ese comportamiento desigual, si se impone a las mujeres, no es juego limpio en el discurso que se debe articular para alcanzar un futuro en igualdad.

Es cierto que en ámbito laboral se acorta la diferencia entre el número de hombres y mujeres que se incorporan al trabajo remunerado fuera del hogar. Pero no menos ciertas son dos cuestiones al respecto.

1ª Las mujeres (estadísticamente hablando) cobran un 22% menos salario que los hombres

2ª Cuando la jornada laboral pagada termina, empieza la doméstica en la que nada se cobra y que en más ocasiones de las que se publicita, recae sobre los hombros de las mujeres y en la que en muchos caso el hombre no colabora de modo solidario con su compañera o lo hace de modo marginal.

Estas dos cuestiones constituyen, de facto, las razones por las que esta actividad sobrevenida está llamada a caer mayoritariamente sobre los hombros de las mujeres: ellas cobran menos por dejar de trabajar fuera de casa y por su experiencia previa saben lo que sus compañeros ignoran aunque sean asuntos tan simples como cambiar pañales o poner la lavadora… ¡es que nadie me ha enseñado! Se oye decir a modo de justificación, como si ellas hubieran nacido aprendidas.

Y es que en cuestiones de educación para la igualdad la teórica se aprende en la escuela y la práctica en casa. Así son las cosas.

Y sí, amigo lector. Esto es más frecuente de lo que creemos y es que “la ropa sucia…

En fin “ que el camino de la igualdad sigue teniendo recodos” a pesar de que avanzamos. Queda dicho.

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