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Eduardo Soto
Eduardo Soto
20/03/2020

¡Válate el virus por modo de espabilar!

Hablaba yo ayer con mi maestro Paco, como todos, de “jooooder en la que nos estamos metiendo”, y poco antes de llegar al “…de esta no sé cómo vamos a salir”, comentando las potenciales bondades de este enano retorcido que es el covid, me suelta:

-Estaría bien que este virus nos ayudara a espabilar.

Ahí se lo dejo. Al final les cuento, si no lo adivinan antes, la gracia que tiene el verbo. Las perífrasis tópicas que van a circular estos días en los foros de debate tienen que ver con “cambio de paradigma” (económico, político, energético, de la historia, de las relaciones humanas, del modo de limpiarse las posaderas) y con “reconfiguración del panorama”. Espinoso discurso para los liberales, su libertad privatizada, al menos de momento, no resulta tan eficiente como les gusta proclamar a sus adalides. La gestión del temita este del corona resulta que aparentemente se lleva mejor desde el servicio socializado. Llegará el momento, si no le ha llegado ya, en que se encuentren en casa sollozando por pertenecer a esa humanidad que aplaude por las noches. Resulta que el bienestar de la mayoría es reconfortante.

En los últimos 20 años hemos visto dos o tres oportunidades claras para cambiar de paradigma político y económico: el 11S, la crisis del 2008 y ahora. Dejaré para otro artículo cómo las revelaciones de wikileaks abrieron otra curiosa forma de desbordarlo. Del 11S salimos mal parados, y mucho peor, todos los países árabes. Daño colateral: las empresas de seguridad se convirtieron a partir de entonces en parte natural de nuestro paisaje, proporcionando nuevos empleos inesperados y reduciéndolos en cuanto pudieron sustituirlos por los nidos en las farolas de la videovigilancia. La bolsa y los bancos mejoraron sus ganancias, básicamente porque se apostó alegremente por la desregulación de los mercados, las bajadas de impuestos y de los tipos de interés. La expansión del crédito causó aquella simpática pompa de las hipotecas subprime.

Del 2008 qué voy a explicarles. Nunca, nunca más se iba a permitir que hubiera una burbuja especulativa como aquella (es aquí donde nos reímos juntos). Había que poner de inmediato un límite estricto a la especulación, a las actividades ilícitas de la bolsa, a los paraísos fiscales. Y recuerden que se dijo mucho aquello de “es el momento de tener una equidad con los países -perdón se dice regiones, así no se hiere a nadie- más pobres”. ¿Qué es? ¿Un pájaro? ¿Un avión? Todos miramos hacia arriba. Pero no, no era Superman, era ¡El plan de rescate! (a las bolsas y la banca de todo el mundo). De los posos del 2008 nos llevamos unos recortes sin cicatrizar y la sorpresa de que el fermento subterráneo de la ciberseguridad podía hacer ganar y perder elecciones.

Lo sé, mi madre perdió la oportunidad de tener un perfecto conspiranoico en la familia. No ha sido mi vocación, lo siento. Me van los hechos. Por eso me perturbo en este estado de alarma cuando se dice que “estamos en el momento de pensar a largo plazo” con el mismo tono que nos lo dijeron antes, es decir, con la insana intención de hacernos creer que van a cambiar el paradigma y reconfigurar la economía, sin hacerlo en realidad. Somos necios, nos lo creemos y permanecemos de brazos cruzados esperando la luz. Una luz que llega en la forma de esos tres mil azotes y trecientos que el ladino Merlín le pedía a Sancho Panza para desencantar a Dulcinea y que hemos de recebir por nuestra propia voluntad y no por la fuerza. No tiene mejor running gag (broma recurrente) nuestra literatura. Cada vez que lo leo se me abren las carnes de risa y se me encoje el hígado con pensar lo ingenuos y tragaderas que somos los quijotescos españoles.

Espabilar, es verbo transitivo, contagioso, que hace pasar a cualquiera de la modorra a la vigilia. El covid puede confinarnos en la pereza, dejarnos paralizados y tímidos. O podemos usarlo para informarnos a fondo, debatir, recapitular, extraer conclusiones y actuar. Se espabila una vela cortándole la parte quemada del pábilo, así la llama luce más viva. No cabe esperar mejor oportunidad de la historia para mermarle el poder a esos capitales volátiles, antojadizos y melindres, que se avienen cuando pueden ordeñarnos y huyen sin despeinarse cuando vienen mal dadas. De su bolsa extraigan ellos sus recursos (y compartan) y no de los nuestros que andan mal sustentados y peor comidos.

-¿Azotarme yo...? ¡Abernuncio!

Lean a Cervantes. Hasta la muerte, todo es vida. Buena cuarentena.

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