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Uno entre nosotros

Lleva ya mucho tiempo siendo uno más entre nosotros pero este articulista se pregunta cuántos conquenses –seguro que bien pocos– saben hoy por hoy quién es Cristóbal Hara pese a ser uno de los nombres más prestigiosos del panorama fotográfico hispano y que, como –con motivo de la reciente aparición de su último monográfico “Cristóbal Hara. España color, 1985- 2020” (anda preparándose otra publicación dedicada a su trabajo en blanco y negro), editado tanto en español como en inglés– nos cuenta en Babelia, el suplemento cultural del diario El País, Gloria Crespo Maclennan, “ha aportado algunas de las instantáneas más influyentes del imaginario fotográfico español” además de gozar de un sólido prestigio en el ámbito internacional. Asentado en una de las pequeñas localidades cercanas a nuestra capital este sobrino de Fernando Zóbel –en cuyo entonces domicilio madrileño despertara su vocación al admirar por primera vez “la magia que emerge de la cubeta de un cuarto oscuro”, un Zóbel que fuera también quien, más tarde, le vendiera su ampliadora y le regalara la cámara  M2 con dos objetivos que fuera su primera herramienta–, premio Bartolomé Ros a la mejor trayectoria española en fotografía durante el Festival PHoto España de 2016 y entre cuyos trabajos incluidos en la colección del Museo Reina Sofía, todos ellos de la década de los 80, figuran instantáneas tomadas en poblaciones de nuestra provincia como Cañate, Albalate de las Nogueras, Villar de Olalla, Villanueva de la Jara, Cañete, Tarancón u Hontecillas,  convive desde hace años y años con nosotros, participando desde su, eso sí, recatado y siempre respetuoso modo de ser y actuar, de nuestro día a día. Autor de una obra distinta, diferente, absolutamente personal, alejada de rutinas y estereotipos, romperreglas, en cuyo trasfondo late su buen conocimiento de muchos de los grandes maestros de la pintura, de Velázquez a Goya pasando por Ribera pero sin desdeñar tampoco, por ejemplo, las enseñanzas de la ordenación geométrica de Cézanne o del uso del color de Motherwell y de alguna manera mochilera, nacida al compás de sus numerosos viajes a lo largo y ancho de nuestra geografía nacional en pos de nuestras celebraciones populares, creada desde un ver fronterizo entre la atracción y la extrañeza e imbuida de un intenso poder emocional más allá de un interés documental nada al uso –Gustavo Bravo ha hablado a este propósito de un hacer  nacido de “la perspectiva del antifotoperiodista al que interesa más la anécdota del hecho” –,  en sus monografías, hoy agotadas, se encuentran algunas de las obras más influyentes en su campo de las últimas décadas. Únanle a todo ello la calidad personal –quienes hemos tenido la suerte de tratarle de cerca somos netos testigos de ello– de un ser humano sincero, culto, educado y sin pose alguna y ya me dirán si no es para estar contento de tenerlo de convecino.