Cuenca, el arte y un par de nombres
Tras que el pasado martes, con la proyección en el Centro Aguirre del documental “Gustavo Torner: el arte de que la vida valga más” de Tania Gálvez y Mayta Linares sobre guion de Rafael Herrera Guillén, presente este último en el acto y en el posterior debate en unión de ese gran conocedor de la obra de nuestra paisano pintor que es Arturo Sagastibelza, se iniciara en nuestra capital, su ciudad natal y marco continuado de toda su vida y de la realización de toda su producción artística –y tras la anterior apertura en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, de esa exposición a la que ya me referí en anterior entrega– el programa de actos que al hilo de la celebración el próximo 13 de julio de su cien cumpleaños, ha continuado con la charla dada ayer jueves por Jordi Teixidor en el Espacio que ubicado en San Pablo lleva su nombre, principiando a su vez un ciclo de intervenciones que en fechas posteriores ofertará las de Ángeles García de Paredes, José Manuel Sánchez Ron, Manuel Fontán y Tomás Marco sobre su figura y obra, y a la espera de que la llegada del otoño ponga en la agenda conquense la inauguración de la muestra que, especialmente centrada en una de sus aventuras plásticas más emblemática, la de su serie “Vesalio, el cielo, las geometrías y el mar”, redondeará esa agenda conmemorativa, hoy viernes la ciudad gira su mirada hacia otro nombre también indisolublemente ligado ya a su historia artística contemporánea, la del coleccionista y promotor cultural Antonio Pérez, fallecido el pasado diciembre, con la jornada que por la mañana en el Aula Magna de la Facultad de Bellas Artes y por la tarde en la propia Fundación que él propiciara va a recordar a su vez esa su ligazón de años con Cuenca así como la singularidad tanto de su persona como de su actividad por los predios de la literatura y la plástica. Artista per se en, cual se ha escrito, el duchampiano sentido de encontrador de significados para objetos preexistentes, cronopio de lo inopinado y de lo insólito y desestimado, cazador de instantes en palabras de Juan Manuel Bonet y atrapador de azares y encuentros fortuitos en una aprehensión yo diría que, en contra de lo que a veces pudiera parecer, más tierna que conceptual, más amorosa que intelectual, chamarilero sagaz de lo imprevistamente bello o sugerente, su asentamiento en nuestra capital acabaría propiciando el de esa institución que en el antiguo Convento de las Carmelitas iba a dar continuidad al inmenso regalo zobeliano del Museo de Arte Abstracto con su papel de escaparate del hacer de las generaciones artísticas siguientes a la representada en las estancias de la pinacoteca de las Casas Colgadas en una acción cultural que luego extendería a Huete y San Clemente. Bien está desde luego que los conquenses recalquemos el valor de ambas trayectorias, cada uno en su respectiva área, tan fundamentales para nuestra historia contemporánea, de modo semejante a como en 2024 recordamos la del antes mencionado artista y mecenas filipino con ocasión entonces del, en su caso, cuarenta aniversario de su óbito.