Orgullo
La aprobación del matrimonio civil y la adopción para parejas del mismo sexo supuso para nuestro país un avanxce cuyo alcance quizá no haya sido ponderado como se merece, especialmente entre las generaciones más jóvenes, muchas de las cuales ignoran, o están siendo obligadas a ignorar, que tales logros costaron sudor y lágrimas, incluso algunas vidas, para quienes lucharon por demostrar que todas las personas son iguales ante la ley y merecen disfrutar de los mismos derechos y cumplir las mismas obligaciones. Para conseguir lo que ahora virtualmente parece normalizado, hubo que superar las reticencias de la iglesia, de una parte importante de la judicatura, de los partidos políticos y asociaciones de tinte ultraconservador y de una gran parte de la sociedad, básicamente incapaz de admitir que cada cual es libre de amar a quien le plazca y sin necesidad de ocultarlo. Corrieron ríos de tinta a favor y en contra, los foros políticos acogieron cientos de horas de debates y las calles de muchas ciudades fueron testigos de manifestaciones que fueron la punta de lanza de una lucha desigual que finalmente tuvo su desenlace ahora hace 20 años, gracias a la aceptación mayoritaria de una verdad tan simple como contundente: todas las identidades sexuales y afectivas son tan naturales como la propia vida.
Afortunadamente, ya no causa sorpresa ver salir de un juzgado o un ayuntamiento a dos hombres o a dos mujeres que acaban de unirse en matrimonio y se besan ante todos sus invitados antes de celebrar su banquete de bodas. Pocos son los que se extrañan ya cuando un niño o una niña se refieren a sus dos padres o a sus dos madres en vez de decir mi papá y mi mamá. Son signos de una sana evolución hacia lo que toda sociedad debe tender, la tolerancia, que es la puerta para que el amor al prójimo se abra paso frente a actitudes cerriles y reaccionarias que desgraciadamente persisten en determinadas capas de nuestro tejido social. En los últimos tiempos asistimos a las actividades de ciertos grupos y tendencias que pretenden protagonizar la involución de muchos de los derechos que se han ido adquiriendo gracias al normal desarrollo de una sociedad más expuesta a la cultura, más participativa y, por tanto, más libre. Es difícil ignorar que desde formaciones políticas de derecha y ultraderecha se están fomentando actitudes, incluso violentas, que pretenden devolver al armario a los colectivos LGTBIQ+ y, por ende, a todos aquellos que apoyamos una vida pacífica basada en el respeto a la singularidad. El dolor de cada agredido o agredida por su condición sexual es el dolor de todos, incluso de los animales que no dudan en golpear o incluso matar a alguien que lo único que quiere es vivir su vida sin tener que dar explicaciones a nadie.
Este viernes, Cuenca celebra una vez más el Orgullo LGTBIQ+. De nuevo, las personas que integran estos colectivos demostrarán que están ahí, compartiendo una jornada festiva que debería convertirse en el orgullo de todos, de aquellos capaces de asimilar que la armonía entre las gentes une más que la estúpida rivalidad por motivos ideológicos. La condición sexual o la identidad de género jamás deben suponer un obstáculo para las relaciones sociales, al contrario, son reflejo de la hermosa diversidad con que la Naturaleza se expresa y por eso deben ser respetadas porque en ese respeto estriba nuestra condición de gente civilizada, alejada del estigma salvaje de los energúmenos incapaces de admitirlo o de las instituciones y grupos que pretenden negarla. Nosotros estamos seguros de esa diversidad y la defendemos contra todo intento de negarla u ocultarla. Porque sabemos que los colores del arcoíris son, con mucho, más alegres, abiertos y sugerentes que el gris o el negro.