Tareas por delante

Buena noticia es sin duda la de esas anunciadas obras de ampliación y mejora del Museo de Cuenca –el Arqueológico, vaya– una institución que anda que no venía reclamando tal acción desde tiempo y tiempo máxime en una provincia cual la nuestra cuya riqueza de yacimientos es tan, por fortuna, notoria. Noticia que, por cierto, ha venido a casi prácticamente coincidir en el calendario con el nombramiento como su director del arqueólogo Miguel Contreras que queda así al frente de una institución que desde la jubilación en la primavera de 2019 de su anterior regente, Magdalena Abril, tenía vacante –mentira parece– ese puesto, en un momento, pues, especialmente oportuno cara a su futuro.

Una institución que además de la lógica remodernización de sus instalaciones y de su propuesta museística que ese proyecto hay que suponer va desarrollar para una mejor atención a la potencialidad del citado patrimonio arqueológico conquense y a su proyección didáctica, debería también plantearse asimismo sin más dilaciones el futuro de esa otra parte de sus fondos artístico-plásticos que nunca han tenido el escaparate que merecen salvo ocasionales, puntuales y reducidas muestras expositivas parciales, un asunto al que –permítanme la autoalusión– me he referido desde esta misma mediática tribuna en más de alguna anterior ocasión.

Unos fondos para los que quizá convendría pensar en otra ubicación física especialmente diseñada para su exhibición, bajo ese mismo nombre titular o bajo otro, quizá, ¿por qué no? –es una idea– englobado en ese Museo de la Ciudad del que, mentira parece, sigue careciendo nuestra capital, tan por otro lado, justamente reconocida como referente en el mapa cultural estatal por el número y calidad de sus espacios museísticos.

Sea como sea, evidente es que no podemos permitirnos no aprovechar un valor –el de esas obras artísticas de nuestro pasado y presente– que tan a mano tenemos y al que tan poca atención hemos tan desde siempre prestado.

Ojalá que las instituciones tanto locales como provinciales y autonómicas sean especialmente sensibles al respecto y junto con esa mejora del actual Museo en su papel de tutor y promotor de nuestra riqueza arqueológica, acaben de encontrarle solución a esa otra tan palmaria carencia, al tiempo que atiendan asimismo la potenciación en el día a día del rol educativo y cultural que, para estar a la altura de lo que demandan los tiempos, deben cumplir estas instituciones convirtiéndolas en espacios de diálogo y encuentro para que, además de su valor de simbolización, se conviertan lo más posible –mediante no sólo la custodia, exhibición y estudio del valioso patrimonio que albergan sino con su utilización como herramienta educativa interactiva con la sociedad en la que se asientan– en motores vivos de desarrollo sociocultural.