DIPUTACIÓN AGROALIMENTARIA
Es noticia en Cuenca: Salvamento y Socorrismo Diputación Provincial de Cuenca Campaña vacunación de la gripe Emiliano García-Page Navidad 2025 Obras CicloCross
DIPUTACIÓN NAVIDAD

La Navidad que nos inunda

La herencia religiosa y cultural grecorromana es determinante: politeísmo inevitable, y la tradición cristiana, que es fundamentalmente una readaptación de la espiritualidad antigua, lo atestigua de modo inconfundible en su politeísmo rampante, que en el caso de la secta católica es un ejemplo esplendoroso, brillante, ……., adoradora de 5 dioses principales, habitantes del Paraíso angélico: Padre, Hijo, Espíritu Santo, la Virgen María y el Diablo; éste último, capaz de realizar igualmente milagros majestuosos, inmarcesibles, aunque son los peores, moral y humanamente hablando. Sí, también María, que hemos agregado físicamente al Panteón divino de andar por casa en tiempos muy recientes, nada menos que en 1950, por excelsa decisión de un Papa divinamente inspirado, que con frecuencia escuchaba tácitamente la voz de Dios: Pío XII; pero los dioses citados sólo son los más grandes, responsables de multitud de milagros inexplicables, gentileza igualmente compartida por la piadosa existencia de una infinidad de dioses pequeños/menores, representados por muchísimos monigotes altarizados, como son los miles y miles y miles de santos y vírgenes de advocaciones generales y locales. La vida cotidiana no merecería la pena si no fuera por la esperanza depositada en esas traviesas deidades que nos protegen y acompañan, respondiendo como deben a nuestras preces en la medida de sus posibilidades. Por ejemplo, todo me induce a creer que, o bien San Benito, o San Blas, o San Liborio, San Apolinario, Cosme y Damián, Santa Sira o San Esteban, San Furseo, o bien Santa Bárbara, todos o cualquiera de ellos y ellas, me curó el mal de la piedra, pues son los santos sanadores de los cálculos. La lista terapéutica sería interminable: San Andrés Avelino y Santa Cita, de la apoplejía, San Alberto el Grande, del alzheimer; San Fermín y San Mauro, de los calambres; San Sinforiano de Autún, de las cataratas; un montón de ellos, de la ceguera, empezando por Santa Lucía, diosa de la mirada; San Mauro, de la ciática; Santa Faure, de la conjuntivitis; San Fiacro, del chancro y de las fístulas; San Fermín de Amians y otra vez San Fiacro, de las hemorroides; San Galo y San Odilón de Clunny, de la ictericia; San Emmerano y San Renato, de la impotencia, una devoción, ¡oh!, especialmente masculina; San Gangulfo (engañado por su mujer) y San Maderico, maravillosos protectores de los matrimonios desgraciados; San Dionisio, San Gildosio, San Guido y San Huberto, de las mordeduras de perros rabiosos; San Urbano, de los orzuelos; Santa Verónica, sanadora de las reglas dolorosas; San Quirico, de la diarrea infantil; San Andrés, de la disentería; San Avito y San Momolín de Noyón, del tartamudeo, etc. etc., etc., hasta unos cientos, todos ellos, médicos potestativos de enfermedades gravísimas, incluidas otras más discutibles, como la agonía, a cargo de San José y Santa Ana, y el alcoholismo, especialidad de San Romano y Santa Bibiana, y muchísimos otros como San Saturnino, curandero de los estornudos, etc., etc. Compruébese leyendo fuentes imprescindibles como LA LEYENDA DORADA, de Santiago de la Vorágine, o, entre otros muchos ejemplos de la literatura mítica, LOS MILAGROS DE NUESTRA SEÑORA, de nuestro Berceo, ambas escritas en el s. XIII, temporario oscuro de brujas y ensalmadores, y todas ellas pletóricas de prodigios maravillosos cuya indudable veracidad nunca ha sido contestada por indemostración; y déjense de creer en la Ciencia, que es una guardamaña de ateos irreconciliables con la verdad de la buena; pónganse delante de la imagen y recen plenos de esperanza, y por encima de todo, de sumisión al Orden Sagrado. Lo cierto es, que la realidad induce a creer que esos monigotes curanderos, a los que con perdón podemos llamar matasanos, son mayormente sordos a nuestras plegarias, especialmente a las de personas descarriadas e impías que no cumplen los preceptos. Mea culpa. Por ejemplo, yo albergo siempre la descabellada ilusión de que el Barça gane cada año todas y cada una de las competiciones: la Liga, la Copa, la Supercopa y, en especial, la Champions, pero nada de nada; nunca me lo han concedido, ni el Dios Supremo ni la Virgen de Tejeda, por poner mi ejemplo más próximo, conocido, estudiado y escriturado, aunque a veces, muy pocas en verdad, hayan sido medianamente generosos conmigo, quizá para probarme con el señuelo de la chiripa suertuda. Empiezo a creer que es un castigo al Barça por mis horribles y personales pecados, y más de una vez me he planteado cambiar de Iglesia y ponerme en manos de un Dios menos sordo a las necesidades de la especie; los he conocido de muy variados tipos en bastantes de los 50 países que pisé esperanzado, aunque, a decir verdad, tampoco eran especialmente magnánimos/derrochadores con los suyos, así que, mejor malo conocido, que bueno por sufrir.

Y bien: ¿no será ese politeísmo iletrado, contracientífico, lo que da cuenta de la escasa contribución de nuestra eclesial y enajenada España a la Historia de la Ciencia? Al fin y al cabo, contrasta groseramente con la maravillosa dictadura del racionalismo naturalista de los pueblos iconoclastas, herejes, centro y norteuropeos, y en especial, con la extraordinaria fecundidad intelectual y científica del pueblo judío, monoteísta por excelencia. He abordado eso de pasada en UN REINO DE CURAS Y DELATORES (2016), otro de mis libros malditos, felizmente editado con el cabreo/runruneo silencioso de la hechicería sagrada, enojo que es, a no dudarlo, una variedad impotente y trasnochada de la añorada Inquisición. ¡Tiempos aquellos!...

Y hablando del pueblo judío, a lo que iba, y por lo que hoy estoy aquí: el caso es que, en nuestra dichosa Pentagonía, reina igualmente otro Dios malo cuya voluntad contrasta con la bondad supuesta de los otros, y al igual que el Diablo, al que injustamente hacemos responsable de todos los males de este mundo, también comete injusticias/crímenes abominables cuya justificación teológica es imposible, sea la que sea, y el mejor ejemplo actual es la guerra religiosa de GAZA. El Dios judeocristiano, capitán de los ejércitos desalmados del gobierno genocida del Estado Israel, poniendo en práctica una venganza quizá generada por el odio acumulado durante siglos y siglos de la opresión universalmente recibida por su pueblo, ha condenado en vida a miles y miles de inocentes al hambre, la enfermedad, la pobreza/ruina, la desesperanza y, en definitiva, a la muerte en vida prematura, injustificable, abominable, maldita, cruel y detestable, y especialmente a miles y miles de niños. Eso mismo, la masacre infantil, me mata y me destruye sin remedio, estragado por la criminal indiferencia del mundo. ¡Ya está bien, ya basta! ¡Acaben de una vez con esa borrachera de sangre y destrucción de la que todos, al fin, somos responsables con nuestro cobarde silencio!

Ciertamente, el Dios bueno conmina justamente a defenderse como mejor sea, y recomienda a sus discípulos vender jubón y comprar espada (Lucas, 22:35), pues “… no vine a poner paz, sino espada” (Lucas, 10:35 y ss.), pero de ninguna manera conmina al exterminio; de eso ya se encarga el otro, el Dios malo y vengativo: “Pero si resultare daño, darás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura…” (Éxodo, 21:23-24). Es como si, poniendo un ejemplo muy bien entendido por todos, ante los crímenes de ETA, los españoles, guiados por la mano de Dios, hubiéramos arrasado el País Vasco, y exterminado con nuestras propias manos a los vascones, sin distinción de edad y sexo, centrándonos especialmente en la infancia. Créanme: escuché más de una vez esos repulsivos desatinos en boca de algún elemento perteneciente a la especie más despreciable del pueblo español, aquella, muy numerosa por cierto, que dio soporte a la malhadada Dictadura. Retumbe este aviso en las mentes de los idiotas que, todavía afortunadamente pocos, pretenden/amenazan regresar a la barbarie cochina de los vencedores de la Guerra Civil.

Las escenas macabras de desolación, hambre, miseria y desesperanza palestina mostradas y descritas todos los días, sin tregua, son espeluznantes, y todo eso en nombre de un Dios malo que es, por cierto, el nuestro por la gracia de Iden. Esa es la horrible Navidad que a mí personalmente me importa en estos momentos de jolgorio cristiano, y me produce el insomnio de los justos. Esa es la terrible realidad que me encoge y atemoriza. Esa es la evidencia insoslayable que acaba con la esperanza de todos los que padecemos la ansiedad puesta en la solidaridad humana y el bien, independientemente de nuestras creencias y supersticiones religiosas, que vete a saber para qué sirven a la hora de la verdad, como esta que nos ha tocado vivir. Hoy, como tantas otras veces en la Historia de la Humanidad, nos vemos obligados a recordar a Epicuro, quien, según Lactancio, clamaba:

”Dios, o quiere suprimir los males y no puede, o puede y no quiere, o ni quiere ni puede, o quiere y puede. Si quiere y no puede es débil, lo que no cabe en Dios; si puede y no quiere, es envidioso, lo que igualmente es ajeno a Dios; si ni quiere ni puede, es envidioso y débil, y por eso no es Dios; si quiere y puede, lo que es acorde solo a Dios, ¿de dónde provienen los males y por qué no los suprime?”.