Se fue el día de la mujer. Otro 8 de marzo. Imprescindible en estos días aunque me quede la sensación de que, desde aquella manifiestación prepandemia, el día de la mujer es, sobe todo, polémica asegurada. Me da mucha pena ver; antes, durante y después, más cuchillos que principios e intenciones. A veces tengo la sensación de que el mercado, eso que los liberales exaltan, ha absorbido al feminismo, y que todo lo que toca el mercado, se politiza; y que todo lo que se politiza, se gangrena. Pero ya no estamos en una guerra de frentes por un puñado de votos; sino en una guerra de polígonos donde se puede llegar a defender el mayor de los postulados machistas como un modo de feminismo. Y eso da votos; muchos votos. Ya no se puede decir a grito pelado que todas las mujeres, menos mi madre y mi hermana, son unas putas; pero si lo insinúas, granjearás algunas sonrisas y más de un voto. En fin, al final va a ser verdad que esto del feminismo es cosa de izquierdas y su tradición de dividir y dividir y dividir hasta convertirse en una inmensa minoría ingobernable e ingobernante. Mientras, esperaremos al siguiente 8 de marzo. Algunos remarán, otros, casi todos, se pondrán morados.