Es noticia en Cuenca: Ciclismo boleo Escultura Comprar vivienda Emprendedores trabajos selvícolas Fútbol Sala

Plan de austeridad familiar

No me gustaría palmarla, pero sería un modo efectivo de librarme de la crisis”, me dijo el otro día un tipo de rostro disecado que apuraba su gin-tonic en un taburete del Babylon, ese pub al que, cuando pinchan freejazz, solo le faltan dos cabareteras para hacerte olvidar que estás en Cuenca. Por un momento temí que aquel tipo acabara la noche arrojándose por el puente de San Pablo, pero no tardé en considerar que, tan borracho como estaba, no sería capaz de subir la cuesta por su propio pie. Habría tenido que llamar a un taxi y, muchacho, encontrar un taxi en Cuenca no es tarea sencilla. En la espera se le hubiera pasado la borrachera y, una vez en el puente, solo hubiera pensado en cruzarlo para tomarse un dry-martini en la Taberna Jovi.

Yo tampoco ando sobrado de dinero, la verdad, y cada euro que gasto me remuerde la conciencia desde el día en que mi mujer, emulando a María Dolores de Cospedal, me anunció la puesta en marcha un plan de austeridad familiar. “A partir de ahora, nada de darle tres comidas diarias al canario: con una tendrá que apañarse. Si se muere de hambre, pues lo enterramos y un gasto menos”.

Como el canario tampoco es que sea santo de mi devoción, no dije nada, pero sí que me mosqueé al escucharle que solo podría encender la luz para ponerme y quitarme la dentadura, que para el resto de cosas me las apañara como pudiera, que basta con alargar un poco los brazos para no acabar dándote de morros con la vida cotidiana. “También vamos a precintar tu estudio y a vender tu guitarra. Con lo que nos ahorraremos en púas nos dará para pagar el 0,01 por ciento de la hipoteca”.

Desconcertado, me agarré al sofá pero ella siguió: “Se acabaron también los lujos en la fiesta de cumpleaños de la niña. A partir de ahora, te compras una nariz de Fofito y les cuentas tú los chistes. Es probable que no se ría nadie, pero nos ahorraremos los cien euros, cuatro sandwiches y litrona y media que se soplaba ese actorucho de perilla quijotesca del Café de la Comedia. Y habrá que hablar muy seriamente con el Albert ese: si quieres contratar a un mago, adelante, pero que no traiga conejos, que no estamos para zanahorias”.

Salí de casa apesadumbrado, sin dinero pero con la necesidad de tomarme una copa en uno de esos bares donde me apuntan las consumiciones como si confiaran en que podré recuperarme económicamente antes de 2016 para asignarles lo pendiente. Recalé en El Círculo y allí se me acercó un tipo con melenita a lo Anton Chigurh que debió leer en mi cara mi desesperación, porque me dijo: “Mira si la economía es importante en la vida, muchacho, que si no tienes economía tampoco tienes vida”. De fondo, Rafaela Carrá cantaba eso de que para hacer bien el amor hay que venir al sur.

Lo cierto es que la cosa se nos ha puesto tan complicada que ya me he quitado de la cabeza el viejo sueño de reservar una cena para dos en el Raff o en Las Rejas. A lo sumo, celebraremos nuestro cumpleaños en el chino, donde tampoco se come mal y en Navidades te regalan calendarios. O compartiremos un kebac en cualquier banco del parque. Aunque no en el del Carrero, donde abundan las ardillas y como estas hayan visto reducida su ración de nueces por la crisis lo mismo nos birlan la comida. Y no estoy yo como para andar persiguiendo ardillas por los árboles.

‘Humo en la recámara’, de José Luis Alvite. Ézaro Ediciones , 2011.
Precio: 19 euros (incluye CD)