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La democracia y el derecho a discrepar

Doy por supuesto que todo el mundo sabe lo que significa ser demócrata, pero de lo que no estoy muy seguro es sí realmente lo somos, habida cuenta de que serlo conlleva la aceptación de los resultados de la elección popular y el respeto a las opiniones y criterios de los que no piensan como nosotros. Y es que visto lo que está aconteciendo, tengo mis dudas al respecto, aunque no lo verbalicemos en público.

Para disponer de una base argumental de peso, cuando es posible, trato de confrontar mis opiniones (obviamente subjetivas) con otras distintas proferidas por personas de un nivel intelectual superior al mío (tarea fácil, la verdad), y en el caso que nos ocupa he echado mano de dos prohombres, cuyas frases me vienen al pelo para refutar el titular de este artículo:   Cervantes y Voltaire.

Me atrevo a afirmar que si preguntas a los españoles si les gusta lo que escribió Cervantes, la mayoría diría que sí, con independencia de que hayan leído o no “Don Quijote de la Mancha” y no digamos sus “Novelas ejemplares”, por poner un ejemplo. Pues bien, al respecto el propio don Miguel decía: “Al lector le gusta lo que escribes cuando está de acuerdo con su contenido”. Lo que no añade, pero se puede colegir es que, si no estás de acuerdo con lo escrito, lo ignoras, lo rechazas o lo denostas… aun proviniendo del sursuncorda.

Pero más rotunda es la frase de Voltaire “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, cuando se refiere a alguien que manifiesta su disconformidad con lo que su interlocutor dice o piensa, pero que lo respeta por el fundamental derecho a la libertad que todos tenemos para expresar nuestras opiniones.

Y ya que estamos metidos en harina democrática, en los tiempos que corren voy a poner de actualidad el pensamiento crítico de Ortega cuando en la “España Invertebrada” (1921) se refirió, en aquel entonces, a una situación de falta de cohesión social, a un vacío de liderazgo, a la mediocridad política y al colapso de la meritocracia, en un país donde el esfuerzo comenzaba a ser sustituido por el oportunismo.

Es probable que como todos somos demócratas, se respete mi modesta opinión se esté o no de acuerdo con ella. Es un sarcasmo, claro.