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Eduardo Soto
Eduardo Soto
20/06/2018

Envidiada Francia, odiada Francia, pobre Francia

En 1944, un año antes del final de la II Guerra Mundial, EEUU construyó alrededor del primer reactor nuclear (Handford) la ciudad secreta de Richland en el sur de Washington. El objetivo era proporcionar el plutonio necesario para desarrollar Little Boy (chavalín) y Fat Man (gordaco): las dos primeras bombas atómicas de la historia. En 1952, la URSS tuvo dispuesta la bomba H, que combinaba el potencial de la atómica con un combustible extra de hidrógeno, lo que la hacía 700 veces superior a la empleada en Hiroshima. De este modo, quedó inaugurada la terrorífica etapa de la guerra fría en la que las dos superpotencias declararon públicamente: si somos atacados con armas nucleares, la respuesta será destruir al agresor de forma inmediata con los mismos recursos.

En Francia, De Gaulle, frustrado por la humillación que supuso la invasión alemana, era un firme partidario de construir bombas atómicas patrióticas. Después de la confiscación de “su” canal de Suez (1956) el proyecto alcanza el punto crítico de tozudez nacional y en 1960 Francia detona su primera bomba atómica en el Sáhara argelino; tres años después inaugura su primera central nuclear. Ese mismo año, 1963, el gobierno de España encarga un estudio sobre las posibilidades reales de construir una bomba atómica, eso sí, sin alertar a la comunidad internacional. El Régimen de Franco siempre se negó a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear. Como en tantos otros países, el interés por la energía nuclear nacía de la codiciada posibilidad de disponer de la bomba atómica. En 1964 empezó a construirse Zorita, la primera central nuclear española.

Me dicen por la calle que necesitamos la energía nuclear para no tener que pagar por la energía a Francia. Es verdad que algunos, pocos, años, puntualmente, hemos llegado a importar energía de Francia, aproximadamente un 1,5 %; conviene saber que esos mismos años, en otro período del año, hemos exportado energía a Marruecos y a Portugal, un 2,2 %.

Lo entiendo, le parece mal que paguemos a Francia por los residuos nucleares nuestros que custodia. A mí también. ¿Sabe usted de qué reactor nuclear se los llevan y cuál es la ruta de transporte? ¿Cuántas toneladas se llevan, cuantas tienen? ¿Por qué las tienen allí? Verá: solo se llevaron durante ciertos años unos escasos 41 m3 de residuos a Francia porque Francia aprovechaba el plutonio para sus armas atómicas. Nosotros no podíamos usarlos porque no éramos del club de los 5 Estados Nuclearmente Armados (USA, URSS, China, UK y Francia). No nos lo cobraban, tampoco nos pagaban. En 2016 comenzaron en las Naciones Unidas las negociaciones para el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares que fue aprobado por la Asamblea General el 7 de julio de 2017. Qué curioso, ¿verdad? el mismo año en que tenemos que empezar a pagar por nuestros residuos almacenados en Francia.

¿Usted paga el recibo municipal de la basura? Claro. ¿Por qué tengo yo (y usted) que pagar el recibo de la basura nuclear de las centrales nucleares? Pago el de mi casa porque al fin y al cabo es mi casa, disfruto de ella y la basura la genero yo. Pero ¿por qué tenemos que pagar los gastos derivados de unos residuos de una empresa privada que no reparte precisamente sus beneficios? Dele una vuelta, porque el asunto tiene su aquel. Pero volvamos a Francia.

Francia acumula ya 2 millones de metros cúbicos de residuos nucleares. Mantiene un secreto trajín en todo su territorio de decenas de transportes de residuos radiactivos. No podemos concretar porque es información confidencial, militar, estatal. Su silo de residuos en La Hagues está saturado y vierte anualmente cientos de miles de metros cúbicos de desechos radiactivos en el Canal de la Mancha. El riesgo de padecer leucemia infantil en sus cercanías es tres veces superior a la media de Francia.

En Francia funcionan 58 reactores nucleares, algunos a menos de 1 km de las viviendas. Sus proyectos para trasmutar o reciclar los residuos nucleares han resultado un auténtico fracaso científico y económico. El transmutador conocido como Rubbiatrón, cuyo coste se estimó en 600 millones de euros, jamás llegó a construirse: encarecía el coste de la energía nuclear en un 100%. Emmanuel Macron ya ha visto que la energía nuclear es el gran ancla en un mundo que vira todo el velamen a la energía fotovoltaica. Su ministro de energía presenta en breve el "acuerdo verde" que implica reducir al 50 por ciento la participación de la energía nuclear, empezando por el cierre de 17 reactores.

Hace setenta años, Hanford produjo plutonio para el arsenal nuclear de Estados Unidos. Hoy en día, es denominado el lugar más tóxico de América. Administrado por el Departamento de Energía a través de su contratista, la Washington River Protection Solutions, su limpieza cuesta a los norteamericanos 110.000 millones de dólares.

No envidio, ni odio a Francia, hoy la compadezco. Y me alegro de tener un debutante Ministerio de Transición Ecológica que, al fin y al cabo, solo tiene que cerrar 7 centrales nucleares. Creo que la ministra sabe cuáles son las prioridades del paradigma energético del futuro, confiamos en que adopte cuanto antes las medidas necesarias.

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