
Despoblación en la Alcarria conquense
Lo que ocurre en la Alcarria conquense no es despoblación: es despilfarro de esperanza. Mientras que se celebra que la región haya captado 3.300 nuevos habitantes o que haya personas beneficiándose de incentivos fiscales, nadie se pregunta: ¿a costa de qué? La clave no está en que vengan unos cuantos pobladores: está en que se queden con derecho a servicios dignos.
Invertir millones sin garantizar sanidad accesible, transporte regular y conectividad digital convierte la política de despoblación en una campaña estética. Así, el foco se lleva a la estadística de llegadas, pero el difícil relato de las salidas queda fuera del circo mediático. La solución no consiste en que algunos repueblen un pueblo: consiste en que cualquier ser humano tenga derecho a vivir dignamente donde quiera, con servicios y oportunidades reales.
Sin escuelas, sin médicos, sin internet decente, lo demás es pintura sobre casas ruinosas. Y mientras tanto, se venden festivales veraniegos y se lucen iniciativas de Casa a €1 en ferias de turismo. Pero cuando se apagan las luces, queda el silencio de las calles, las escuelas vacías y la resignación de quienes ven morir su comunidad.
La Alcarria conquense necesita ya políticas radicales: poner la centralidad rural en la agenda constitucional, replantear el modelo municipal —agrupación voluntaria, mejor gestión— y, sobre todo, garantizar derechos básicos sin excusas. Porque si lo que vale es solo el cuantitativo y no el cualitativo, entonces no hay política: hay autoengaño.