Adiós a un hombre bueno

Hasta este preciso instante el virus había pasado de largo, pero cuando te toca tomas conciencia real de sus efectos devastadores. Acaba de llevarse a un amigo de cine, un amigo del alma, Gonzalo Pelayo Gómez, con quien tanto peliculeábamos. Con mi mente embargada por la emoción valgan estas palabras para recordar tu presencia, sintiendo tanto no poder estar a tu lado en estos momentos de zozobra. Seguiremos estando juntos en la oscuridad de la sala, como la última sesión del Cineclub que compartimos hace apenas diez días. Imposible pensar que no habrá más aventuras en la pantalla, a través de las imágenes, las palabras y las músicas que tanto te gustaban.

Conocí a Gonzalo hace más de treinta años, cuando empecé a colaborar en la Semana de Cine que él había puesto en marcha en 1986. Organizó esta cita anual con el mejor cine en Cuenca durante dieciocho ediciones, con mucho entusiasmo y pocos medios, pero las sesiones se llenaban. Pero Gonzalo era mucho más, durante muchos años cuando alguna persona, asociación o institución conquense pretendía promover, organizar o emprender cualquier actividad cultural directa o indirectamente relacionada con séptimo arte, allí estaba Gonzalo asesorando, aconsejando o colaborando de forma altruista y desinteresada. Hace una década puso en marcha las sesiones de Cinema Aguirre, una cita cada lunes con la historia del cine cuyas sesiones se contabilizan con el aforo de la sala lleno. Desde que lo conozco siempre pensé que ejemplificaba lo que para mí era “una buena persona”, siempre dispuesto, siempre tranquilo y con una sabia palabra en su boca.

Había nacido en el Tarancón de la posguerra, pero su carrera profesional la desarrolló en la capital, donde desempeñó durante muchos años la Jefatura del Servicio de Deportes de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, ámbito que le permitió relacionarse con la actividad deportiva desarrollada a lo largo y ancho de la provincia, así como algún viaje a eventos internacionales, entre los que sobresalía la oportunidad que se le brindó para asistir a la Olimpiada de Moscú, desgranado durante años en mil y una anécdotas.

Gonzalo era un comunicador nato, con una memoria privilegiada. Los amigos contertulios que compartimos con él tantas tardes hemos expresado mil veces la necesidad de recoger sus recuerdos, la vida de un hombre en su propia voz; tantas vivencias y anécdotas que forman parte de nuestra intra-historia, y que no debían perderse. Siendo niño, en su pueblo empezó a colaborar en las sesiones cinematográficas, las máquinas de proyección no tenían secretos para él. Ahí nació su pasión por unos artilugios que le ha acompañado toda su vida, coleccionando aparatos hasta el último momento, como un nexo indeleble con su infancia. También se preocupaba de conseguir películas para alimentar sus viejas máquinas, precisamente la última que acababa de comprar (en formato de 16 mm) era Sucedió en mi aldea (Antonio Santillán, 1954), una típica película de estampita con moralina propia de la época, en la que salía el actor infantil Pepito Moratalla, nacido en la localidad conquense de Sisante en 1941. Habíamos quedado esta primavera para realizar un encuentro y ver esta rareza difícil de encontrar. Una de tantas cosas que se nos quedan en el tintero; tendremos que escribirlas de otra manera, con tu recuerdo. Te echaremos mucho de menos.