Parques cívicos
Mientras el mundo se derrumba, los parques de Cuenca han resurgido de sus ruinas. No tengo nada claro si era necesario ponerlos totalmente nuevos o si hubiese bastado con repararlos, pero eso es un tema para otro día. El caso es que ahora da gusto visitarlos. Tanto es así que he tenido que hacer un tour por etapas para que mis adoradas hijas puedan probarlos todos. Y en esas llegué el otro día al parque de San Fernando. Acercándome desde lejos, ya se escuchaba a los niños jugar; se les divisaba como en un vídeo acelerado. El caso es que, cuando llegué, el parque estaba rodeado por una malla de la que pendía un cartel que anunciaba, en mayúsculas y perfecto castellano: «ES OBLIGATORIO SEGUIR TODAS LAS NORMAS DE SEGURIDAD». Al leer esto —acompañado de un montón de iconos para que hasta los más despistados y tecnoadictos pudiesen entenderlo—, pensé: «¡Repámpanos! ¿Qué demonios habrán montado para que los niños necesiten casco, botas de seguridad y hasta protección contra el ruido para jugar en este parque?». Pero, como con todo en esta vida, es importante llegar hasta el final, leer hasta la última página del libro. Abajo del todo, anunciaba también en mayúsculas: «PROHIBIDO EL PASO A TODA PERSONA AJENA A LA OBRA». Levanté la vista y volví a leer. Levanté la vista y volví a leer. Levanté la vista y volví a leer. Era cierto: el parque estaba lleno de niños; muchos de ellos acompañados de sus padres, otros con sus padres sentados en los bancos de al lado. Mi hija acató, pero no entendió por qué teníamos que irnos. España.