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“La prisión es más que rejas y celdas. Es trabajo continuo con los internos”

El nuevo director destaca que la prisión de Cuenca, al ser un centro pequeño, permite que la relación entre trabajadores e internos sea “muy cercana” y haya menos problemas
“La prisión es más que rejas y celdas. Es trabajo continuo con los internos”
Armando de Carlos Rodríguez// Foto: Saúl García
14/10/2020 - Dolo Cambronero

Armando de Carlos Rodríguez (Logroño, 1968) es el nuevo director del centro penitenciario de Cuenca, donde ha sustituido a María Rosario Rubio. Licenciado en Psicología, es funcionario de prisiones desde 1995, habiendo promocionado después como psicólogo. Sus comienzos fueron en la cárcel de Carabanchel. “Era otro mundo. Era muy antigua y con mucha gente aunque eran internos preventivos y no estaban las dificultades que conlleva una cárcel de penados. La conflictividad venía por los nervios de la gente esperando la condena. Y había muchos problemas de ansiedad, muchos protocolos de prevención de suicidios y mucho trapicheo de drogas”, recuerda ahora. Después ha sido psicólogo en los centros penitenciarios de Daroca (Zaragoza), Dueñas (Palencia) y en Teruel, donde ha estado 18 años y también ha ocupado el cargo de subdirector de Tratamiento. Ahora le espera un nuevo reto en Cuenca.

Acaba de aterrizar pero ¿cuál es la primera impresión que se ha llevado del centro penitenciario de Cuenca?

Cada cárcel es distinta. Funcionan de manera muy diferente, tanto por el tipo de interno como por la estructura arquitectónica, las oficinas... Los primeros meses son de una actividad frenética. Tienes que conocer todo e ir generando tus procedimientos. Cuenca tiene todas las ventajas de un centro pequeño. Yo he estado en macroprisiones con muchos internos, funcionarios y módulos pero luego he tenido la suerte de trabajar durante 18 años en Teruel, que es una cárcel muy similar a la de Cuenca. Es la impresión que tengo de momento. Hay pocos internos y la relación es muy cercana. Eso ayuda muchísimo. Los internos ven a los trabajadores a diario. En una prisión grande con 1.800 internos, pueden pasar días hasta que un interno ve a un educador. Aquí los trabajadores entran a diario. Nos conocen a todos. Los funcionarios de interior conocen a los internos; es una relación muy cercana. Esto hace que se humanicen mucho las cosas y que los problemas sean menos.

¿Cuántos internos y trabajadores hay?

Tenemos 95 internos presenciales, algo más de 120 con la gente con permisos y con medios telemáticos en tercer grado. En cuanto al personal, alrededor de cien. La capacidad es de 120. Ahora estamos algo por abajo por la pandemia.

¿Hay problemas de personal en Cuenca?

No veo problemas de personal. Los hay, en general, en toda la administración pública porque hemos pasado por una época de crisis sin ofertas de empleo público. No se cubrían las jubilaciones. Pero no es un problema específico de prisiones ni de Cuenca, donde yo creo que estamos muy bien dotados. Si hay más gente, fenomenal.

¿Qué retos se plantea?

El resto es estar a gusto. Si está a gusto uno, lo están los demás. El objetivo es crear un buen ambiente de trabajo y que la gente esté bien. Eso al final se refleja en todos los aspectos de la institución. Los internos y los trabajadores lo van a notar. Y también influye en la manera de funcionar.

Su llegada coincide con la pandemia. ¿Qué protocolos se han adoptado?

El cuidado es muy extremo en todas las prisiones. Al ser una institución cerrada, si hay contagio, la transmisión sería muy rápida. Hay que tener mucho cuidado para que no entre el virus. El cuidado en oficinas es el mismo que se puede tener en cualquier lado: mascarillas, distancia, lavado de manos... Pero en el interior, las medidas son más estrictas. La gente que vuelve de permiso tiene que pasar una cuarentena hasta que vuelven a sus módulos. Los internos, después de hacer alguna comunicación con personas del exterior, tienen que portar mascarilla durante siete días. Y hay protocolos de desinfección en todas las comunicaciones.

El Centro de Estudios Penitenciarios supondría más ingresos para Cuenca y permitiría derribar estereotipos. Los funcionarios no son los carceleros de las películas

Cuenca se ha postulado para albergar el Centro de Estudios Penitenciarios. ¿Qué supondría para la ciudad?

Un centro así generaría ingresos para la ciudad y supondría una activación económica. Y, para nosotros, es una manera de derribar estereotipos y de barreras porque nos iban a conocer mejor: los funcionarios son gente muy válida que no responde a la imagen del carcelero de las películas. Tenemos un sistema penitenciario muy moderno y contamos con funcionarios muy cualificados para desarrollarlo porque no es sencillo. Hay dos fines contradictorios aparentemente: por un lado, hay que retener y custodiar a la gente, y por otro, reinsertarla. Y esos son los roles que tiene que asumir el funcionario de interior y es complicado pero creo que resuelven muy bien. La escuela de estudios penitenciarios podrá dar a conocer mejor lo que es un trabajador de prisiones.

Ha sido psicólogo en varias prisiones. ¿Cómo ha sido esta experiencia?

En el ámbito psicológico hemos avanzado mucho. Cuando empecé, no había casi medios materiales ni programas establecidos. Cuando entré en mi primer destino de carrera, que fue Daroca, el principal interés que tenía era poner en marcha planes de deshabituación de drogas. Tenías que buscarte la vida y también pedías ayuda a instituciones externas como Proyecto Hombre. Hoy ha cambiado mucho. Hay más medios materiales y la Secretaría General ha generado una serie de programas que proporcionan a los profesionales métodos muy buenos, con sesiones pautadas y medios. Y, sobre todo, ha ido cambiando la mentalidad de las prisiones, que se han ido volcando hacia fuera. Poco a poco se han vuelto más abiertas, se ha ido potenciando el tercer grado... Se ha visto la utilidad de que los internos estén ocupados en actividades de rehabilitación. Es un beneficio para todos: para los internos, que rentabilizan el tiempo; es un beneficio social porque se intenta que el que sale lo haga en las mejores condiciones; y para los funcionarios porque, cuanto más ocupado esté un interno, menos problemas habrá.

¿Cómo es el proceso de reinserción social?

La reinserción va a depender de la persona. Nosotros podemos ofrecer ayuda y tender la mano al que quiera. Hay personas que con muy poquito les vale y otras que, por muchos recursos que pongas, es difícil que cambien. Ahí entran también las dificultades sociales de cada uno. Hay internos que vienen de un ambiente normalizado y, a la salida, se van a encontrar con muchas facilidades. Y hay otros que lo llevan muy bien en prisión, porque está todo muy estructurado, pero luego retornan a un medio que no es favorable y empiezan las dificultades. Y todo el esfuerzo hecho, a veces, es en balde cuando salen. Cada proceso es distinto. Lo primero es concienciar de que hay un problema por el que la persona ha entrado en prisión. Después, estableces un tratamiento adecuado a esa problemática. Las actividades están orientadas a paliar esas carencias y también hay otras complementarias como gimnasia. Procuras que el tiempo lo pase de manera útil. Pero el tratamiento es voluntario. Hay internos que quieren cambiar y otros que no están motivados.

¿Y cómo reacciona la sociedad?

La sociedad suele ser dura. Pero es normal porque cuando se habla de prisiones, la imagen que se tiene no es muy real. Estamos contaminados por las películas americanas y las imágenes de rejas y celdas. Y la prisión es mucho más que eso. Es un trabajo continuo con los internos. Cada vez hay menos rejas. Hay permisos de salidas, terceros grados... Aunque ahora, por desgracia, con la pandemia, todo eso se ha limitado. Pero las prisiones son más abiertas. Se habla muchas veces con desconocimiento. La gente que conoce la prisión, porque trabaja, es voluntaria o conoce a alguien que ha estado, cambia su visión. En cuanto a la acogida en la calle a los internos, he visto de todo. Pero tengo la sensación de que la mayoría sí acepta a alguien que quiere cambiar. Un interno no te puede presentar un curriculum pero muchos salen con ilusión y he visto empresas que los contratan. En Teruel había empresas con un taller en prisión y luego contrataban a internos al salir. Cuando conoces, te quitas muchos prejuicios. Aunque también es normal esa distancia con la sociedad. El que entra en prisión ha hecho daño y se le aparta un tiempo. Al estar alejados, la imagen está distorsionada.

Si cortamos la comunicación con el exterior, la cárcel se convierte en un gueto, en un pozo sin esperanza y sin salida para nadie. Y nos olvidamos de la palabra reinserción

¿Cuál es la procedencia social de los internos? ¿Hay mayoría de barrios desfavorecidos o es un estereotipo? ¿No habría que incidir más en prevención?

Eso sería lo ideal. Aunque las políticas de prevención son a largo plazo. Ahora hay una gran variedad de perfiles. Hay mucha gente de barrios marginales y puede que sean el grueso pero últimamente he visto mucho delito económico, de violencia de género, de tráfico, de drogas... y hay muchos que proceden de entornos normalizados. El de entornos marginales tiene unas características muy determinadas y suele ser reincidente. Pero hay gente de toda clase porque han aumentado las tipologías delictivas.

Las agresiones son una de las preocupaciones de los funcionarios de prisiones.

Hemos pasado épocas muy malas pero el nivel de conflictividad ahora es bajo. Aunque entiendo la preocupación de los funcionarios. La tolerancia tiene que ser cero. Se está intentando convertir en autoridad la figura de funcionario para que una agresión tenga unas consecuencias mayores que ahora. En centros como el de Cuenca, pequeños y cercanos, la mayoría de problemas no llegan a la agresión, se solucionan hablando. Por lo que he percibido aquí, y por la experiencia de Teruel, hay pocas agresiones. Aunque entiendo que preocupe.

¿Y el problema del trapicheo de drogas?

Hay un documental en el que un interno de un módulo terapéutico dice: “No hay ningún funcionario ni medio que respetando mínimamente la dignidad humana y los derechos que tenemos pueda impedir que entren drogas”. La droga va a entrar porque hay medios que no podemos controlar. Pero hay que hacer un balance: ¿ganamos o perdemos dejando que salgan con permisos y tengan comunicaciones? Un remedio para que no entre droga es cortar toda comunicación con el exterior. Pero si hacemos eso, la cárcel se convierte en un gueto, en un pozo sin esperanza y sin salida para nadie. Y nos olvidamos de la palabra reinserción. Abriendo la prisión, ganamos muchísimo. Estamos formando personas. Como todo, tiene inconvenientes. Pero el problema de drogas en prisión es mínimo y se ponen todos los medios para evitarlo.