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"Mis novelas le dan una vuelta a la típica postal turística de Cuba"

El escritor cubano participa este viernes en un encuentro virtual con lectores organizado por Las Casas Ahorcadas, en el que hablará de su novela Habana Réquiem
"Mis novelas le dan una vuelta a la típica postal turística de Cuba"
04/06/2020 - Dolo Cambronero

Los personajes de sus novelas ni están entusiasmados ni desilusionados. Simplemente han aceptado que estas son las reglas del juego. Vladimir Hernández (Habana, 1966), afincado en Barcelona desde hace dos décadas, se sirve de la novela negra para perfilar un retrato de Cuba que incluye también los vericuetos más oscuros. El escritor participará este viernes 5 de junio, a las 19:00 horas, en un encuentro virtual con lectores organizado por Las Casas Ahorcadas, en el que hablará de su novela Habana Réquiem. La de esta semana será la última cita de este club antes de que los asociados emitan sus votos para elegir las obras finalistas del Premio Tormo Negro.

Va a participar en un encuentro virtual para abordar Habana Réquiem. Háblenos de la novela.

Es el arranque de una serie de novelas que tendrá como centro una estación de policía que, junto a unos personajes, son la metáfora de una sociedad. Todos estos policías van a representar cómo opera el cubano, dentro de sus circunstancias sociohistóricas, con el cambio de milenio, cuando Cuba ha quedado convertida en un parque temático de la Guerra fría, en un sitio que no avanza sino que se detiene a mediados del siglo XX y continúa comportándose de esa manera en su interrelación con el resto del mundo. Las circunstancias del país son tan especiales, tan singulares porque es la última dictadura de corte comunista en Occidente. Luego también están China y Corea pero con características diferentes e incuso distópicas. Habana Réquiem es una novela policial porque tiene todos los elementos: hay tres tramas que descubrir, una intriga y unos personajes que, con sus propias mezquindades, luces y sombras, tratan de salir adelante con estas investigaciones. En la obra hay un violador en serie, una persona que aparece ahorcada en una zona de la Habana Vieja y otra degollada y pronto se descubre un tema de drogas. Con estas tres historias arranca la novela y en la resolución de estos conflictos, lo que hago es interrelacionar a esos personajes y mostrar Cuba. Es darle la vuelta a la típica postal turística. Cuando nos asomamos a Cuba a través de Habana Réquiem, estamos mirando un paisaje que es el reverso de la postal turística, el reverso de lo que nos quieren vender tanto el Estado cubano como las agencias que dicen ‘vaya a Cuba, es un paraíso’. Es el arranque de una trilogía llamada Habana Noir, que continúa con Habana Skyline, que salió a la venta en 2018, y ya estoy escribiendo la tercera, que se llama Habana Exprés.

¿Es la novela negra un buen instrumento para hacer denuncia social?

Yo siempre he pensado que el género negro no es el vehículo idóneo para la denuncia porque la literatura, ante todo, tiene un compromiso de narrativa, de ficción. Como escritor, te debes a la lógica de los acontecimientos que estás contando. El realismo que es capaz de detenerse en cada cigarro, en cada mota de polvo… puede ser estéticamente muy interesante pero muchas veces entorpece un proceso narrativo de una novela que está jugando con un formato de suspense, que es el de la novela negra porque hay que encontrar la solución del conflicto que se ha planteado. En ese aspecto, yo encuentro que la novela negra es ideal como novela social, no como vehículo de denuncia. Cuando el autor la ve como denuncia, el lector empieza a confundirse y cree que la obra puede convertirse en un panfleto y eso es nefasto, terrible. El autor no puede perder esa perspectiva, está escribiendo para comunicar algo. Para denunciar, existen otros formatos mucho mejores como el periodismo, el fotorrealismo, el ensayo, el testimonio… Pero la novela se debe sobre todo a la ficción. Una historia, una intriga, un trabajo de personajes. Desde finales del siglo XX, la novela negra es la novela más social que podemos tener. Aprovechas los mecanismos de novela social para exponer un conflicto; no haces un discurso sobre ello. No entras en el panfleto pero el lector tiene una ética y cuando lee, la contrapone a la historia. Pero el narrador no te lo dice. Se aprovecha para hacer no crítica social sino exposición social. Cuando te asomas a Habana Réquiem, te encuentras la musicalidad de un país que está muy tocado económicamente pero desde hace sesenta años. Pero igual ves una alegría, una felicidad, unas ganas de reírte de tu propia mala suerte. Tú puedes sacar las conclusiones que quieras. El autor no quiere llevarte a una conclusión con un discurso; lo que hace es exponer. Nunca hay que confundir al narrador con el autor. Si el narrador está contando una historia de un violador en serie y es muy antiético, tú no puedes cuestionar al autor. Es un personaje. La novela negra es la novela social de nuestros tiempos, la más completa porque permite entrar en los vericuetos de la sociedad porque el ciudadano común y corriente no se detiene a observar, sobre todo la clase media, lo que está pasando en ciertos estratos. La novela negra juega con ese morbo de asomarte a una oscuridad que tú no ves cada día y a la vez juega para hacer exposición social. Pero lo importante es la ficción. Una novela es como una especie de nave, de barco; es algo que propones que navegue y el lector se da el paseo en ese barco.

¿Cómo es su proceso de escritura?

Si llevase escribiendo un par de años, aún no habría desentrañado el proceso pero lo hago desde hace treinta años. Y llevo casi veinte en España, adonde vine por un premio en el año 2000. Cuando escribo una historia, sea un relato, una novela corta o una novela, a la mitad, ya estoy pensando en el próximo proyecto. Es un pensamiento aún de bajo nivel, que no me hace mucho ruido a lo que estoy escribiendo, y a medida que voy terminando, tengo bastante elaborada en mi cabeza la próxima historia. Cuando la acabo, la arreglo y la dejo descansar, en mi cabeza empiezo a orquestar la estructura de lo que voy a contar. Para mí, lo más importante de un narrador es que sepa en qué orden va a contar una serie de eventos. Ese proceso de estructuración es lo que más tiempo me lleva. Puedo pensar durante un año en ello. Lo hago en mi cabeza y tomo notas. Y ya hay un día en que me siento y plasmo la estructura y luego empiezo a escribir. Esto es más rápido. A menos que la novela sea muy larga, suele ser un proceso más corto que pensar la historia porque sentarme a escribir es mi oficio y ya la tengo escrita en mi cabeza de alguna manera. Aunque por el camino vas descubriendo cosas porque la novela se te va rebelando y hay elementos diferentes a los planificados. Pudiste haber estado un año pensando y estructurando la novela y luego las escribes en seis meses. A veces, si me demoro mucho escribiendo una novela, la siguiente empieza a hacerme mucho ruido, a decirme: ‘Termina esto que ya estás emocionado con el próximo proyecto’. Y empiezas ya a pensar demasiado en el siguiente proyecto aunque normalmente no es así.

"Mis novelas le dan una vuelta a la típica postal turística de Cuba"

¿Cuáles son sus referencias literarias?

Tengo referentes cubanos y latinoamericanos pero la verdad es que con los que más me identifico es con los anglosajones. Debe de ser porque Cuba está cerca de EEUU, con mucha influencia tanto de la literatura como del arte pop en general. Es muy probable que yo me haya identificado más con sus conflictos. La novela negra que más me gusta es la que hacen los americanos. Me gusta la latinoamericana pero me doy cuenta de que la realidad cubana no tiene tanto que ver con la de Latinoamérica. A pesar de que nos une el lenguaje y en cierto modo la cultura, yo encuentro más punto de vista cuando escribo novela con los americanos, desde Ramon Chandler, que empezó en los años treinta en Los Ángeles, a Denis Lehane, Michael Connelly… Cuando leo a los suecos, no acabo de conectar bien con ellos. A mí me interesan las historias de desesperación social porque estas consiguen unos espacios creativos muy especiales. Estas historias me interesan como artefacto de narrativa. En las novelas escandinavas no las veo porque el enemigo, el aspecto negativo es la la malevolencia de unos individuos y eso no me interesa tanto. Me interesan más los males de fondo, los conflictos de desesperación social provocados por décadas o siglos de costumbres culturales. Es por eso que encuentro más referentes en la novela americana. Incluso también me gustan los ingleses.

¿Es más fácil escribir sobre Cuba desde España? ¿Le ha dado una nueva perspectiva?

Algunas editoriales consideran que una persona que vive en el país es capaz de transmitir un realismo más accesible pero no es tal. Cuando vives en Cuba, muchas veces pierdes lo que es la visión de conjunto. Necesitas estar fuera y observar los diferentes actores. Eso es lo que me pasa a mí. Estoy más dispuesto a hablar sobre Cuba desde que la observo desde fuera que cuando estaba allí. Entonces apenas tenía deseo de replicar en la narrativa la realidad que vivía cada día. Desde fuera, tomas distancia y obtienes una mejor visión de conjunto. Y es muy interesante porque si yo viviera en Cuba, podría perder la perspectiva para el grupo de lectores para el que escribo. Vivir aquí me parece ideal para escribir sobre ese país, con el que estoy en contacto cada día.

"Los personajes de mis novelas saben que han heredado el desastre y ya no lloran. En mis obras no hay una narrativa sobre la desilusión sino sobre la aceptación. Yo soy lo que viene después de Padura"

Dentro de la novela cubana, sus obras contrastan con las de Leonardo Padura. ¿Cuáles son las diferencias?

Donde Padura termina, empiezo yo. A la novela negra cubana le llaman el neopolicial porque ha sido más novela policiaca y quisieron reunirla con el neopolicial latinoamericano, que empezó con mucha fuerza en los años sesenta, setenta. El esquema de la novela negra cubana responde a tres etapas. La primera era muy positivista. Todo el mundo estaba muy contento porque estábamos construyendo una sociedad nueva, inédita. El único enemigo era el capitalismo y la novela policial se quedó sin enemigos. No puedes hablar de que hay hambre, analfabetismo, corrupción… Entonces, se volcó como una lucha de contraespionaje. Las primeras novelas de esa etapa, de finales de los sesenta, setenta y ochenta, son muy optimistas, muy falsas, muy atadas al realismo socialista. En esta sociedad todo iba bien.

Luego, se podría decir que Padura inaugura, y es el que más brilla, una nueva etapa que empieza en los años noventa. Él hace una suerte de revisionismo de la década de los ochenta porque no se adentra en los noventa sino que mira hacia atrás. Hace que la novela negra entre en una etapa, si no pesimista, lúgubre. Nos hemos equivocado de camino y hemos sacrificado todo y mira la situación en la que nos encontramos. Lo interesante de Padura es que sus personajes se sienten traicionados, están tristes. Es la novela negra del desencanto y detrás de él aparecieron más autores como Lorenzo Lunar. Hablan del policía que mira todo diciendo: ‘Todo se ha ido al diablo desde que la Unión Soviética nos abandonó y desde que nos utilizaron desde la juventud para construir esto’.

En cambio, cuando aparece mi novela Indómito, que es con la que yo gané el premio L’H Confidencial en 2016, intento deslizar la novela negra cubana a un tercer acto en el que ya no estamos ni emocionados ni desencantados. Los personajes de mis novelas están jugando con las reglas del juego. Ellos saben que han heredado el desastre y ya no lloran. En mis obras no hay una narrativa sobre la desilusión sino sobre la aceptación. Yo soy lo que viene después de Padura. En mis novelas ya no hay tiempo para la desilusión, para pensar por qué nos engañaron. Estas son las nuevas reglas del juego y son las que hay que aceptar. Por lo tanto, mis personajes son más cínicos, más desinhibidos, más corruptos, hay más mezquindades. Pero también hay gente con mucha ética que, en medio de situaciones de penuria, trata de hacer su trabajo con toda la ética posible.

¿Cómo va la tercera entrega, Habana Exprés?

Estoy escribiendo pero ahora más despacio. Con el tema del coronavirus se ha detenido todo un poco porque se atrasan las publicaciones y al estar acompañado en casa con mis hijos –de ocho y once años- es más difícil que respeten tus espacios de trabajo para escribir.

¿Y tiene otros proyectos en mente?

Acabo de terminar dos novelas, una que de momento no tiene nombre y otra que se llama El cielo envenenado. Cuando termino una historia, enseguida ya tengo el otro proyecto definido y, a veces, puede salir muy rápido. Esto me paso entre 2019 y estos meses. La segunda novela cuenta la historia de un español que tiene que irse por culpa de la crisis a Miami. He salido de este espacio mío de confort de La Habana y he querido tener un protagonista español en un medio tan exótico y diferente al europeo como es esa ciudad americana. Me interesaba mucho contar la historia del inmigrante, que no la he contado sobre el cubano. Quería recordar que los españoles han sido grandes inmigrantes y ver qué pasa cuando se va a Miami porque mucha gente habla español pero es otro tipo de sociedad. Y me interesaba explorarlo desde un formato de novela negra, que es lo que me gusta. Se va casado con una cubana. Deciden capear el temporal allí pero la cosa se complica porque es un inmigrante y ha perdido todo lo que ya tenía adelantado en su sociedad.