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“Estos niños enseñan al mundo a no perder nunca la esperanza”

El sacerdote residente en la Selva del Amazonas relata en su nuevo libro 'El fuego de María' historias de niños víctimas de maltrato o tráfico de órganos
Foto: Ignacio García Doñoro
09/11/2020 - Paula Montero

El padre Doñoro (Bilbao, 1964) se ordenó sacerdote en Cuenca en el año 1989, empezó su labor en Mota del Cuervo y pasó por Santa Cruz de Moya, Manzaneruela y Graja de Campalbo antes de ser enviado a Puebla del Salvador y La Pesquera para ingresar como capellán militar.

En la actualidad, tras ser enviado por el Obispado de Cuenca, se encuentra en plena Selva del Amazonas de Perú donde ha creado el Hogar Nazaret, un lugar donde rescata a niños y niñas víctimas de maltrato, tráfico de órganos o, incluso, de la muerte.

Historias de vida, de superación y esperanza que cuenta en su nuevo libro El fuego de María. Publicación que tenía previsto presentar en Cuenca este martes pero que la pandemia, desafortunadamente, ha truncado.

Háblenos de El fuego de María.


Ya han pasado treinta y un años desde mi ordenación sacerdotal. Jesús y yo hemos compartido muchas cosas a lo largo de este tiempo y el Señor siempre me ha sido fiel. Él ha sabido conservar el fuego encendido en mi corazón, un fuego que se alimenta de la Eucaristía y que me permite ver a Dios en los más pobres, ver que es Jesús quien tiembla de miedo en ese niño al que nadie quiere y que llama a mi puerta...
Yo me llamo Ignacio María. Ignacio significa «nacido del fuego». Nacido del fuego de María, Nuestra Madre, que desde pequeño me ha acompañado todos los días y que mantiene siempre la llama encendida.

¿Qué desea transmitir con este libro?


Me gustaría que los lectores, después de leerlo, fueran conscientes del inmenso amor que Dios nos tiene y pudieran así llenarse de esperanza.
Dar a conocer las historias de los niños del Hogar Nazaret es un modo de manifestar lo grande que es Dios y lo que puede hacer en nuestras vidas si le dejamos, tal y como ha hecho en las vidas de estos niños y niñas.

Es cierto que cuando llegan están rotos y necesitan un tiempo para sanar sus heridas, pero después, cuando están curados, cuando ya no tienen heridas ni llagas, cuando están guapos por fuera y también por dentro, cuando su alma es una preciosidad, cuando ya no pueden pasar un día sin rezar el rosario porque el rosario es parte de su vida, cuando necesitan de Dios, cuando son portadores de una alegría tremenda, cuando son felices... entonces pueden volver a sus familias y transformar a esa mamá o a ese papá que habían abandonado a su hijo y después se dan cuenta de que su hijo no es una cruz ni una carga, sino un regalo maravilloso de Dios.


Comprender todo eso puede ayudarnos a nosotros también, porque esos niños están cantándole al mundo que no hay que perder nunca la esperanza, sean cuales sean las circunstancias.

¿Cómo surge la idea? ¿Por qué se decide a escribir?


Marta Moreno, la editora de Nueva Eva, se puso en contacto conmigo y me propuso escribir este libro. El objetivo no era únicamente contar cómo es el Hogar Nazaret en la actualidad, sino también retrotraerse en el tiempo para ir buscando las raíces, los hitos y las personas que fueron dejando su huella en mí, de forma que se podría decir que fueron como peldaños de esa escalera que acabaría en la puerta del Hogar Nazaret.

¿Qué es la escritura para usted?


Un modo de llegar al corazón y al alma de los lectores y un medio privilegiado de comunicación, de tú a tú, en la intimidad que dan las páginas de un libro.

Cuando los niños llegan al Hogar Nazaret están rotos y necesitan tiempo para sanar sus heridas

A los conquenses que deseaban asistir a la presentación de este libro, ¿qué les diría?


Me habría encantado haber podido coincidir con ellos en la presentación, por supuesto, pero la situación actual requiere medidas que no siempre hacen posible este tipo de actos. En cualquier caso, animo a todos esos conquenses a asomarse a las páginas de El fuego de María. Estoy seguro de que se van a sentir interpelados y que cada uno va a encontrar algún eco que pueda serle útil para su vida diaria.
También me gustaría animarles a no desalentarse en medio de la pandemia. Yo procuro que mis niños vivan llenos de alegría también en este contexto y que procuren centrarse, sin miedo, en el momento presente. Creo que eso puede ayudarnos a todos a hacer en cada momento lo mejor.

En cuanto al Hogar Nazaret, ¿en qué situación se encuentra y cómo definiría su labor?


En la actualidad, el Hogar Nazaret atiende a 300 niños y niñas de la Región de San Martín, en la Selva del Amazonas (Perú).
En sus más de diez años de existencia, el Hogar Nazaret ha salvado la vida de miles de niños, les ha devuelto la salud, les ha proporcionado alimento y escolarización y, sobre todo, les ha dado la oportunidad de ser felices y de recuperar derechos humanos fundamentales que nunca deberían haberles sido arrebatados.

Para mí, la labor del Hogar Nazaret no es sino una respuesta a una frase de Jesús: “Lo que hicisteis a uno de estos, mis pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis”. Los pobres son los predilectos de Jesús. Él fue quien dijo que son bienaventurados los que lloran, los que sufren, los que tienen hambre y sed de justicia... Que los pobres se dejen cuidar, servir y amar no solamente merece todo nuestro respeto, sino además un inmenso agradecimiento, porque los pobres nos llevan al cielo. A ellos hemos de acercarnos casi de rodillas, con sumo cuidado, casi con veneración, agradeciéndoles que se despojen de lo poco que tienen, que es el dolor, para vestirse de la verdad.

“Estos niños enseñan al mundo a no perder nunca la esperanza”

Los niños y niñas marcan su vida, ¿Qué historia nunca olvidará?


No olvidaré nunca ninguna historia de mis niños, porque para mí cada niño es único, pero la de Pedro es también muy especial. Su madre era alcohólica y se lo había vendido por una caja de cervezas a una mujer que estaba trastornada. Aquella pobre loca ató a Pedro con una cuerda donde tenía los cerdos y él estuvo comiendo durante años la comida de esos animales. Se comportaba casi como un animalito y le costaba trabajo ponerse de pie. Cuando llegó al Hogar Nazaret estaba muy mal.

Tenía problemas de desnutrición. Al cortarle el pelo, comprobé que tenía la cabeza llena de cicatrices de los golpes que había recibido. No hablaba, no sonreía y no era capaz de comer como los demás. Un día, sin embargo, rompió a hablar. Le gustaba contar a los desconocidos la historia de su madre y les explicaba que la odiaba por haberlo vendido por unas cervezas, pero seguía completamente bloqueado.

Un domingo por la mañana, sin embargo, se levantó antes que los demás y se vino conmigo a la cocina. Me contó que había soñado con su madre. “Mi mamá era muy guapa en el sueño”, me explicó. “¿Y sabes lo que me ha dicho? Hijo mío, ¿qué quieres ser de mayor? Le he dicho que quiero ser sacerdote y ella me ha contestado que para ser sacerdote hay que estudiar mucho. Y claro, yo le he contado que estoy estudiando muchísimo. Después me ha preguntado si la perdonaba por haberme vendido, que ella no sabía que la otra señora me iba a hacer tanto daño”.


Le pregunté a Pedro, expectante, qué le había contestado a su madre. “Le he dicho que sí, que la perdono, porque el alcohol es una enfermedad y ella estaba enferma y no sabía lo que hacía”, me contestó. ¡Esa frase se la había dicho yo miles de veces, pero nunca pensé que la hubiera asimilado!
Después de aquel día, Pedro no volvió a hablar de su tragedia con los desconocidos. Empezó a crecer y a comer muchísimo. Fue como si se despertaran sus hormonas y se deshiciera un nudo que le estaba ahogando por dentro.

Con él aprendí lo importante que es la interacción psicosomática, y que el amor es capaz de sanarlo todo. A partir del momento en que Pedro perdonó gracias a su sueño, se convirtió en un niño muy feliz.

Les enseñamos que la fortaleza, la resiliencia y la alegría son mejores herramientas que el miedo, la tristeza o la apatía

¿Cómo funciona el Hogar Nazaret desde el punto de vista económico?


El Hogar Nazaret vive de la ayuda económica de muchas personas que colaboran con cantidades pequeñas de forma regular, lo que permite una cierta estabilidad. Yo tengo que dar de comer todos los días a cientos de niños y niñas, comprarles uniformes para el colegio porque es obligatorio en todos los centros de enseñanza, y todo lo que necesiten, como lo haría cualquier padre o madre. Eso no siempre es sencillo.

Recientemente hemos llegado a un acuerdo con el gobierno regional para que dé cobertura a algunos gastos. También nos ha hecho entrega de dos vacas, para que con el tiempo podamos ir desarrollando una pequeña explotación agropecuaria que nos sirva de sustento y de centro de formación, para que, una vez terminada la etapa escolar, los chavales que lo deseen puedan formarse en tareas agrícolas y ganaderas, adquiriendo así unos conocimientos que les permitan ganarse la vida en un futuro.


Es posible que, cuando el proyecto de la explotación agropecuaria esté terminado y funcionando a pleno rendimiento, contemos prácticamente con los recursos económicos necesarios para no tener que estar dependiendo de otros para poder comer. Mientras tanto, estamos inmensamente agradecidos a todas aquellas personas que colaboran con el Hogar Nazaret a través de la página web, donde se realiza una captación de fondos en la que cada céntimo está destinado a los niños.

Resulta inevitable pensar en la situación que atraviesa el mundo. La COVID-19 ha cambiado la vida de todos. ¿Cómo están viviendo la pandemia?


Yo intento que los niños sean conscientes de lo que está ocurriendo en el mundo, pero también procuro evitar que se obsesionen con la pandemia y se llenen de miedo, porque el miedo es uno de los mayores enemigos del ser humano. El miedo nos paraliza, nos bloquea y nos impide actuar. Por eso, procuro que los niños y niñas del Hogar Nazaret vivan el momento presente y sean felices ahora.


Perú es uno de los países más castigados del mundo por la pandemia de coronavirus. Hace meses que los niños no van al colegio, pero hemos aprovechado todo este tiempo para continuar formándoles, procurando que hagan deporte, se alimenten bien, mantengan el ánimo y aprendan a afrontar las dificultades de la vida.

Personalmente, encuentro muy inspiradora la película de La vida es bella, donde el padre intenta, en medio del horror, hacer vivir a su hijo una aventura. Eso me sirve ahora para los niños del Hogar Nazaret, porque la actitud con la que afrontemos nosotros la vida les sirve a ellos para entender mejor que la fortaleza, la resiliencia y la alegría son mucho mejores herramientas que el miedo, la tristeza o la apatía.

“Estos niños enseñan al mundo a no perder nunca la esperanza”