Más entrevistas: José Eugenio Caracena Lidio Jiménez Teresa Pacheco Iniesta Juan Carlos Navarro Yandrak Clara Francisco Díaz Niño Javier Ruipérez Jesús Núñez Rafa Núñez Carlos Latre

“Cantos Rodados, historia de una guerra que aún no gano”

Pilar Rius, taranconera de nacimiento y mexicana de adopción, recopila en su libro "Cantos Rodados" la memoria de un exilio que ganó y de una guerra que aún no gana
“Cantos Rodados, historia de una guerra que aún no gano”
26/11/2019 - Adrián G. Quintana

Habían pasado ya los nacionales, pregonaba Sabina en su referencial canción sobre Manolete, en la que hacia alusión a la trágica Guerra Civil española, siempre escondida y resguardada de los medios. Se trató de enterrar en el olvido, pero las familias afectadas jamás pudieron reponerse del golpe que provocó el exilio republicano. La muerte miserable de vencedores y vencidos, que en ocasiones poco o nada tenían que ver con las premisas en disputa.

Pilar Rius, taranconera de nacimiento y mexicana de adopción, fue una de las tantas niñas que vivió su infancia entre el desconocimiento, el miedo y, sobre todo, la marca del exilio. A sus 91 años, recopila en su libro Cantos Rodados, la memoria de un exilio que ganó y de una guerra que aún no gana.

Cantos Rodados se levanta como una autobiografía ¿Por qué se ha decidido por publicar en este momento sus memorias?

Por mi profesión y porque me ha gustado siempre escribir. He llevado un diario desde pequeña, unos 80 años con él encima. El libro en realidad, se ha completado con los pequeños textos que he ido escribiendo. El trabajo fue ligarlos de alguna manera y darles unidad. Añadí algunas cosas personales, entendiendo que la gente que lo leyera, además de ver mi historia, también querría conocer mi persona. Lo de los cantos rodados fue porque yo siempre he dicho que soy como los cantos rodados de mi pueblo.

Uno de los puntos claves del libro es el exilio que se vió obligada a emprender con su familia cuando apenas tenía siete años ¿Cómo lo recuerda?

Con siete años me fui a vivir a Francia hasta los diez, que vino la II Guerra Mundial y nos exiliamos a México. Lo que pasa es que un niño no lo deja todo atrás, porque a un niño le ocultan la realidad. Cuando yo salí de España, mi mamá estaba embarazada de ocho meses de mi hermana pequeña, entonces, ‘nos marchábamos a Francia para que la nena naciera y cuando la guerra estuviera ganada, volveríamos con los abuelos’. El desgarro de perderlo todo lo sabian mis padres, porque la guerra estaba perdida desde que la Sociedad de las Naciones, estupida y ciega, decidió no apoyar a la República. Mis abuelos me mandaban cartas contándome lo que habíamos ganado, y yo siempre pensé que la íbamos a ganar. En el momento que yo me marché exiliada a México fue cuando lo perdí todo. Perdí la casa, mis juguetes y sobre todo a mis abuelos, de los que no me pude despedir para siempre. Al menos fui acompañada de mis padres, cosa que otros niños niños no pudieron hacer. Son tragedias personales en una tragedia común, de vencedores y vencidos.

Este exilio cambió su vida, o al menos su rumbo ¿Soñaba con volver a España o al ser pequeña se adaptó rápido a México?

Tengo que decir una cosa que no me gusta, me parece muy injusta. La guerra fue una tragedia inmensa, pero para mí, el exilio a México fue una sucesión de fortunas. Una adolescencia feliz, un matrimonio maravilloso y sobre todo, una vida profesional plena. De una tragedia, yo extraje una vida feliz. Y lo siento mucho. No es que no me duela España porque me sigue doliendo, pero tampoco puedo ocultar la realidad.

"En mi casa siempre se ha reído y fue muy necesario para quitarnos un poco las espinas".

En México, ¿Estaban al tanto de lo que sucedía en España?

En México y en Francia se hablaba mucho de la guerra de España. Siempre tuvimos un resquicio pequeño para la esperanza. Que se prolongara la guerra de España hasta que estallase la II Guerra Mundial, entonces España quedaría entre los aliados y Franco en el bando de Hitler. Con su consiguiente final. Esa era la esperanza. En México, el día que Hitler declaró la guerra a Rusia, brindamos con vino barato todos los refugiados, porque sabíamos que esa sería su tumba, como finalmente acabo siendo.

Ha regresado a España por unos días ¿Cómo definiría ahora la situación?

España sigue hecha polvo, marcada por el franquismo. Eso no lo puedo entender. Una transición muy bonita y entrañable, pero lleváis 40 años de transición. Mi libro habla de una guerra que aún no gano, pero la voy ganando paso a pasito. Con la transición gané un poquito, con Felipe González otro poquito, con Zapatero y ahora con la exhumación de Franco un gran paso. La ganaré cuando España empiece a pensar con la cabeza y no con las tripas. No se han cerrado las cicatrices de la guerra civil, porque lo veo desde los dos bandos. Lo mismo me repugna la inquina irracional de mis amigos de izquierdas, que la sinrazón estupida de mis conocidos de derechas. Los españoles tienen que tener algún objetivo común digo yo, pues a por él.

Expone que en su casa se conciliaban los valores republicanos con los cristianos

Teníamos un cierto cristianismo a nuestro modo, que incluía ir a misa los domingos. Pero cuando regresé a España a finales de los 60-70, con el franquismo ya muy débil, descubrí que a mi tío, que nunca había pisado ni quería pisar una Iglesia, le obligaban a ir a misa cada domingo. En ese momento pensé que en un país donde se te obliga a ir a misa, la que no iba era yo. Y no fui.

En este libro repasa sucesos trágicos, pero siempre con cierto sarcasmo ¿Es necesario el humor para superar estos asuntos graves?

Siempre hubo humor en mi familia y fue muy necesario, sobre cualquier cosa, con Franco, con Hitler, con Rusia. En mi casa siempre se ha reído y fue muy necesario para quitarnos un poco las espinas.