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Eduardo Soto
Eduardo Soto
13/03/2020

El virus que quería devolvernos la risa

Oh, no sé qué hacer. ¡Hay tanto en juego! Cómo voy a atreverme. ¿Qué hago? ¿Qué hacemos? Es una locura. ¿Quién podía imaginarse algo así? Si no nos acordamos ni de Catalunya, ni del fútbol, ni de las pensiones, ni del cambio climático, ni… de nada de lo que nos ha estado importando una enormidad los últimos… 40 años. Tiemblo ¿por qué tiemblo? Si estoy en casa, en ca-sa.

Tiemblas porque de pronto has visto que la muerte es real. No es una cifra en una póliza de seguros, ni un futuro lejano, ni siquiera una opción individual. La muerte nos adelanta a toda velocidad. Nuestro carrito de esperanzas pequeñas se ve arrojado a la cuneta por un fulminante vaticinio. Es el trueno que te sorprende solo en medio del bosque, es el espanto que la naturaleza puede inducir a todas las criaturas con chasquear dos dedos. En medio de todo eso que teníamos ya tan bien conocido, mensurable, domeñado, bajo control y comercial, se yergue con las fauces desencajadas una fiera indómita, microscópica, tan mortal como la que envenenaba a los marcianos malos cuando intentaron arrebatarnos nuestra queridísima Tierra.

Tiemblo ¿Por qué tiemblo? Porque siento en las entrañas un cosijo indescriptible, una nube de hormigas que solo dejan de morderme en el estómago cuando me río. Menos mal que río por casi todo. Hacía tiempo que no me reía tanto. Ni tanto tiempo que no hablaba con los amigos de cosas tan delirantes. Mi teléfono se ha llenado de una nube de humor negro delicioso. Lo sé, es una locura. Una auténtica desviación colectiva del punto de encaje con la realidad. Si en esta ocasión no nos permitimos chifladuras ¿cuándo vamos a permitírnoslas? Estamos viviendo en primera persona un shock global.

Todos nuestros miedos suben al escenario de la pantalla de mano y sueltan su monólogo. No suben solos, a cada nueva advertencia, a cada nuevo sobresalto, le acompaña inmediatamente el ingenio de un cómico anónimo que nos pone en el plato una de las más necesarias vitaminas de la dieta: la carcajada. Amordazados como estábamos para esa válvula tan imprescindible de nuestro ser, por fin hemos encontrado un objeto, diminuto, cuyos efectos y futuribles se pueden desvirtuar de todos los modos posibles sin resultar políticamente incorrecto.

Y además todos a una. Queremos reírnos. Reírnos. Aunque sea de la muete, aunque sea de puro nervio. Psiquiatras tiene la ciencia y en unos meses o años habrá, o no, tesis doctorales sobre nuestra disparatada conducta en esta pandemia. Desconozco los detalles, quizá los orientales o los nórdicos también se lo toman a chunga, o se dedican al sexo recreativo mientras escuchan a Verdi. En este lado del mundo, tan deudor de la risa para su cohesión social, nos hemos lanzado en plancha a reírnos de la muerte.

No, no soy el novio de la muerte; ninguna gana tengo de buscarla contra mi hermano de cualquier parte. La tengo cerca, siempre al alcance del brazo, lo suficiente para recordar cada día la hermosura de la vida. Lo fácil que es, lo cómoda que nos la hemos hecho, incluso lo fácil que sería hacerla para todos. En circunstancias así nos damos cuenta de lo sencillo que hubiera sido compartir un poco de lo mucho que nos sobra y equilibrar el juego. Estamos viviendo en primera persona un shock global.

Dirán que me he vuelto majareta, dirán que esta no es ocasión para las zarandajas. Este es el grave momento de la seriedad, de la lealtad, de la rectitud, de la obediencia, de la calma. Yo no digo lo contrario pero si pueden reírse, háganlo, si es con los otros (por teléfono incluso) mucho mejor que de los otros. La risa afloja tensiones, lima diferencias, acerca posturas, flexibiliza el rictus, aumenta las defensas, libera espacios en la mente para dejar entrar nuevas perspectivas. La risa nos ayuda a pensar de un modo diferente y a descubrir que esa diferencia contiene algo profundo que nos une.

La muerte tiene eso, puedes incluso dejar de tomarte en serio a ti mismo. Sin necesidad de perder la templanza podemos adoptar con cariño la parte cómica de las dificultades. Ya que se nos mutila la libertad de movimiento aprovechemos la ocasión para solazarnos con la libertad del ingenio. Para levantar el ánimo en el tedio de la soledad y el plomazo del encierro vamos a necesitar que la farándula en paro forzoso saque del botiquín sus vacunas de cachondeo y nos inyecten transfusiones de júbilo y agudeza. La risa es la mejor manera de agradecer el singular esfuerzo de un chiste, no estará de más que cuando vuelva la normalidad nos acordemos de valorar en lo suyo a los cómicos.

Sí, la cosa está difícil. ¡Tiemblo! ¿Por qué tiemblo? Estamos viviendo en primera persona un shock global. En casa. Cuando flojeen, recuerden la impasible perseverancia de Keaton contra la adversidad. Y con los pequeños, a los que se les va a hacer muy duro este tránsito, tengan presente el humor impagable de papá Benigni en La vida es Bella. A mí, déjenme al menos mantener la burla cómplice de Chaplin contra la autoridad. El humor es la mejor agua para atravesar este desierto.

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