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Toda una vida

El 18 de octubre de 1971 –hace ya por tanto la friolera de cincuenta y cuatro años y un algo –, con la proyección de “Peppermint Frappé” de Carlos Saura, iniciaba el cine club Chaplin una trayectoria ininterrumpida que le ha llevado a convertirse, a la par, en la asociación cultural más duradera de Cuenca y, con sus, en números redondos, setecientos cincuenta socios, la más numerosa de todas sus asociaciones culturales y uno de los colectivos cinéfilos, también, más antiguos del propio entero mapa hispano actual. En la gestación de su conformación y en aquel su inicio había figurado, pieza clave en el proceso, José Luis Muñoz Ramírez cuyo amor por el séptimo arte ya le había llevado a estructurar otro intento anterior de corta duración sucesor a su vez de la también fallida intentona previa del casi cine club Palafox. Un José Luis Muñoz que iba a estar a su frente en su primer lustro de vida para luego retirarse pero que acabaría volviendo a asumir tal tarea años después –en 1986, con la entidad abocada a una notoria crisis– para ya seguir, erre que erre, a su frente, con el beneplácito una y otra vez renovado de sus integrantes, hasta hoy mismo. Esa continuada entrega recibía ayer, en la sala Dos del Teatro Auditorio conquense, el más que merecido homenaje organizado por sus chaplinescos compañeros, homenaje al que se sumaron también tantos otros cinéfilos y no cinéfilos conquenses o enconquensados conscientes todos de la importancia de una labor en este terreno mantenida contra viento y marea en paralelo a – hay asimismo que recordarlo– sus también ejemplares plurales tareas como periodista, escritor, editor, gestor cultural y promocionador de cuanto tenga que ver con el patrimonio y la cultura de estos nuestros capitalino y provinciales lares. Fue el homenaje, tornando al terreno estricto de la afición cinéfila en la que la convocatoria se centraba, a toda una vida – y al decir “toda una vida” me viene ahora a la memoria, perdónenme, cosas de la edad, aquella canción del cubano Osvaldo Farrés que popularizara en nuestro país Antonio Machín y que, miren por donde, formara parte de la banda sonora de la película “Del rosa al amarillo” de Manuel Summers–, a toda una vida, repito, dedicada a cumplir con aquel objetivo que el Chaplin se marcara en sus inicios: el de traer a Cuenca ese cine –el más interesante, el más avanzado, el de más calidad– que, pese a sus entonces existentes cuatro salas estables (el Alegría, el España, el Xúcar y el Avenida, amén de las tres de verano al aire libre asimismo en funcionamiento, la Palmeras, la Garcés y la Terraza Xúcar ), no le llegaba debido al  maltrato que en aquella época recibía la ciudad por parte de la distribución cinematográfica comercial. Y en eso sigue el Chaplin y en eso ha seguido y sigue José Luis Muñoz, así que ya me dirán sino no era justo y más que merecido ese homenaje de este jueves 30 de octubre, un homenaje en el que tuve el honor de participar y cuya reseña ha vertebrado este mi artículo de hoy dentro de la semanal cita que con ustedes –mi agradecimiento por la atención que me puedan prestar– vengo manteniendo.