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Tengo un amigo que vota a Vox

Tengo un amigo que vota a VOX e incluso debo reconocer que alguno más. Puede ser que incluso también tenga familia y algún ser querido que lo hiciera en las últimas elecciones, y ya me preocuparía que no fuera así. En el año 2023 17.700 personas en la provincia de cuenca decidieron optar por este partido en las elecciones generales (en 2019 ya lo habían hecho 20.000 votantes). Si vives en una tierra en la que conviven apenas unas 200.000 personas y no tienes en tu círculo cercano a nadie que haya elegido a este partido en las urnas seguramente tengas un problema (y aún no lo sabes). Quizá estés siendo víctima de lo que el politólogo Mariano Torcal llama “la polarización afectiva” en su libro “De votantes a hooligans: La polarización política en España”.

Según este autor (y simplificando mucho la tesis) podemos encontrar dos tipos de polarización. La polarización política supone el enconamiento de nuestras ideas políticas, cada vez más distanciadas en un mundo donde se han roto los viejos consensos. La polarización afectiva va a algo más allá porque entra de lleno en los sentimientos que nos despiertan aquellas personas que no opinan como nosotros. Cuando la polarización afectiva aumenta lo hacen también nuestros sentimientos negativos o de rechazo hacia quienes disienten de nuestra forma de ver las cosas, tendemos a mantener menos conversaciones con quienes identificamos con el “lado opuesto” y solo lo hacemos con aquellas personas que pertenecen a nuestra propia tribu.

Si te consideras (como yo) una persona de izquierdas y mantienes en tu círculo cercano a un votante de VOX seguramente hayas podido deducir algo que combina mal con el momento que estamos viviendo: votar a VOX no te convierte automáticamente en una persona fascista.

Tengo un amigo que vota a VOX y no tiene una opinión muy definida sobre Franco y dudo que se identifique con las ideas de Hitler y de Mussolini. No acaba de estar muy de acuerdo con algunos planteamientos de este partido en materia de inmigración o feminismo pero le parece que son los únicos que abordan de forma de seria el problema de las pensiones, del acceso a la vivienda, la ineficiencia de la administración o la contundencia frente a la corrupción política. Cuando le planteo algunas contradicciones entre sus planteamientos y el programa de VOX me dice que “no espera que cumplan todo lo que prometen”. Sigue de cerca a los youtubers y economistas ultra-liberales que concentraron hace unos días a miles de jóvenes en la capital en el denominado “Madrid Económic Forum” y piensa que Milei es una opción de futuro (aunque todo lo que diga suene a ecos de teoría económica ya fracasada en épocas recientes).

Entre otras cosas, mi amigo (y unos cuantos más) sienten que son el lado perdedor de una negociación de la que no han formado parte. Que el Estado es el problema, no la solución. Que el desafío del acceso a la vivienda se resuelve únicamente con menos regulación (aunque toda la evidencia apunte a lo contrario) y que la gente habla de los problemas de los políticos pero que los políticos cada vez hablan menos de los problemas de la gente.

 He intentado decirle a mi amigo que formo parte de una organización (las juventudes socialistas de la provincia de Cuenca) en la que un grupo de chavales y chavalas (yo cada vez menos) debatíamos hace un año cómo luchar contra la corrupción mientras otros (bajo las mismas siglas) ensuciaban las siglas de un partido con más de cien años de historia. Que la mayoría somos concejales o concejalas en nuestros pueblos (muchos, sin remuneración) y que no buscamos otra cosa que no sea mejorar la vida de nuestros vecinos. Le he sugerido que piense por qué los mismos que le dicen que el sistema público de pensiones no funciona después hagan anuncios promocionando fondos de pensión privados. Le he planteado que imagine una sociedad con los mismos problemas presentes, pero con otras decisiones pasadas, como un Salario Mínimo mucho más bajo, un precio de luz y de gas mucho más alto o unos servicios públicos mucho más débiles.

Le he tenido que dar la razón en que tenemos mucho que mejorar en áreas como la vivienda, la pobreza infantil, la lucha contra la corrupción o la eficacia de la propia administración pública pero no sé si al final nos hemos puesto de acuerdo. Como la conversación no parecía tener fin le he pedido que en las próximas elecciones intente votar, al menos, a un partido que no lleve en su programa electoral ilegalizar al que yo voto (o a otros). Que no hay peor cosa que votar para evitar que voten los demás y que, como nos enseña Star Wars, a veces las democracias mueren con un estruendoso aplauso.

Tengo un amigo que vota a VOX y percibo que es poco probable que deje de hacerlo. Quizás ayudaría que la izquierda (al menos, en la que yo creo) dejara atrás una etapa en la que la corrupción ha formado parte del Estado cuando el Estado era más necesario para la gente.

Tengo un amigo que vota a VOX y quiero que deje de hacerlo. Pero quienes hemos dedicado los mejores años de nuestra vida a la militancia política necesitamos que la política dé su mejor versión frente al mayor desafío presente. Convencer a toda una generación que ha vivido dos crisis económicas y sociales y una pandemia de que sin democracia y justicia social no hay un futuro posible que merezca la pena compartir.