El siglo de las luces
Cada día noto más la distancia entre el mundo del que soy y el mundo en el que vivo; y eso que el valeroso Sanedrín al que acudo como invitado desde hace algún tiempo me vale de toma a tierra. Imagino que es algo parecido a lo que les pasa a la mayoría de los políticos; pero ellos no son conscientes como yo.
Quería decir que, de un tiempo a esta parte, he caído en la cuenta de que la mayoría de nuestros jóvenes no se desplazan a caballo, no saben bailar sevillanas, no tocan la guitarra, no aprecian el flamenco y muy pocos son capaces beber agua de un botijo como mandan los cánones. No, no, no, no, no… ¿En qué está fallando nuestra educación?
El caso es que, cada vez, me cuesta más saber si la vara de medir que utilizo es de este siglo o del anterior. En el mundo del que yo vengo no hubiésemos juzgado la labor de un alcalde por el número de luces que iluminan su ciudad en Navidad, por la belleza de los trajes de los RRMM o si Papá Noel monta en Metro —en mi mundo ese señor no habría entrado a España—.
Sin embargo, en este mundo —llámalo Cuenca, Madrid, 2021…— parece lo más importante. Parece que en este mundo hay muchos iluminados y pocas luces.