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Orión
10/04/2021

Penitenecia

Este artículo empezó a gestarse la pasada semana. Como cada año la ciudad se cubrió con un aparente manto de religiosidad. Sin desfiles procesionales, la Junta de Cofradías, las instituciones, la Catedral y las hermandades de semana santa dispusieron una serie de actos y ceremonias que paliaran la sed de residentes y el interés de visitantes.

Notable acogida han tenido algunas de las iniciativas artísticas que se desarrollaron en el Museo de la Semana Santa y en la iglesia de San Andrés. Dos exposiciones de gran belleza y sencillez. Hubo otras también reseñables y de las que los medios hablaron. Y notable fue también la afluencia de viajeros venidos de otros pagos que, imaginamos, llenaron alojamientos como lo hicieron con las terrazas de bares y restaurantes, en los que era apreciable la mayoritaria falta de respeto a las normas dictadas. ¿Dónde quedaron las mascarillas? ¿Donde la deseable distancia de seguridad?

Entre tanto y con el efecto torturador de una gota malaya, los informativos daban cuenta del incremento sostenido y preocupante de los parámetros que indican que el virus sigue aquí y que con renovada energía (le llaman la cepa británica) aumenta su incidencia sobre la salud de la población.

Y de nuevo aparecen los reproches, las críticas y las sospechas. Cada cual tiene su candidato a convertirse en el responsable de lo que todos parecen aceptar como inevitable: vuelve otra ola con nuevos y preocupantes escenarios y, eso sí, con la remota esperanza de que las vacunas suavicen hasta mitigar los indeseables efectos de este capítulo cuyo argumento ya está escrito y cuyo desarrollo está falto de guión, de momento.

Las apelaciones a la responsabilidad personal parecen haber caído en saco roto. Y todos, sí todos, tendremos algo que reprocharnos.

La Iglesia católica recoge en sus normas morales el pecado como una lacra que los fieles están obligados a evitar pero de la que todos estamos afectados. Es su doctrina.

Y distingue dos tipos de pecados: los leves y los graves. Sus consecuencias son distintas pero ambos exigen para su perdón, el arrepentimiento (una forma de reconocimiento), una penitencia y un propósito de enmienda, personales e intransferibles condiciones.

Si aplicáramos estas normas para enjuiciar la situación social de modo equivalente, podríamos afirmar que cada cual debe hacer frente a la responsabilidad de su propia laxitud en el comportamiento en sociedad. Las normas se convierten en papel mojado si el marco de referencia lo situamos en propia satisfacción sin atender a la llamada de la solidaridad que nos obliga a respetar el derecho de los demás a la seguridad y al cuidado de la salud.

Lo peor de todo es que los efectos de la indisciplina son anunciados como si de una profecía auto- cumplida se tratara.

Y el caso es que las normas están dictadas (con un amplio consenso científico y un amplio acuerdo político) buscando un equilibrio entre libertad y prohibición, pero partiendo de una hipótesis que es el comportamiento respetuoso y solidario de todos.

Pero la realidad es tozuda: relajación navideña, nueva ola ya vivida y de trágicas consecuencias; relajación semana santera, viviremos un nuevo repunte de dimensión desconocida pero de preocupantes efectos. En lo sanitario y en lo económico, pues algunos parece que no se han enterado que ambos caminan de la mano.

Vuelve a tener actualidad el viejo dicho pues el pan de hoy se convertirá en hambre mañana.

¿Aprenderemos alguna vez? De momento nos tememos que tendremos que cumplir la penitencia.

Queda dicho.