
Orgullo y satisfacción
Durante treinta y dos años quien esto firma se curró el día a día de su oficio de informador en la radio pública nacional lo que, perdóneme la presunción pero es lo que creo, pienso que le da –que me da– la suficiente experiencia para hablar de ella. Para hablar de esa radio pública nacional –de RTVE, vamos– desde dentro, desde sus mismos más íntimos entresijos al hilo de una trayectoria profesional que desarrollada, bajo los indicativos de Radio Peninsular primero y de Radio Nacional de España después, fue paralela y coetánea del proceso que desde 1975, en el tramo ya final de la dictadura franquista, hasta la ya, digan lo que digan quien lo diga, bien asentada democracia de 2006, fue siguiendo nuestro propio devenir histórico como nación. Y desde ese conocimiento quiero dejar pero más que claro tres realidades: la elevada calidad media –sáquenme de la afirmación si les parece pero créanme el directo testimonio sobre mis compañeros– de la labor de los integrantes de su plantilla (una calidad existente ya en los propios mismos tiempos del régimen dictatorial y luego mantenida y continuada), un modo de afrontar y presentar la información diferente de la de tantos otros medios de titularidad privada poniendo atención expresa al rigor de los contenidos y huyendo de la espectacularidad y el escaparateo, amenazas siempre presentes especialmente en el medio televisivo, y la denodada pelea de sus trabajadores para la progresiva consecución de una cada vez mayor independencia de su labor respecto a las, claro que existentes, presiones de las fuerzas, especialmente de carácter político, dominantes en cada momento, unas presiones que, permítanme que vuelva a acudir a mi propia personal experiencia, pude comprobar que sin embargo eran menos, pero que bastante menos fuertes y bastante más resistibles, y por tanto menos efectivas, que las que se producían en otras empresas también de condición pública que fueron progresivamente apareciendo pero, sobre todo, que las ejercidas desde los intereses tanto, también, políticos como económicos en muchos de los medios periodísticos tanto impresos como audiovisuales de titularidad privada. Y esas características –unas veces más acentuadas, otras menos, pero siempre presentes y actuantes– ahí siguen, ahí continúan estando aunque haya quienes, en aras de sus personales intereses, las hayan tan recientemente negado llegando a la aberración de afirmar que RTVE actuaba con parcialidad y cual si fuese un partido político y rechazando participaciones en los debates electorales por ella propuestos.
Y por ello, porque esas elogiables características ahí siguen, quiero en este mi artículo de hoy dejar expreso el orgullo tanto por haber formado parte en su día de esa radio pública como porque los compañeros que nos sucedieron a cuantos nos fuimos yendo, y en unos momentos en que el periodismo anda tan generalizadamente tocado de ala, las sigan manteniendo tan gallardamente como estos mismos días lo han hecho Silvia Intxaurrondo o ese profesional, tan preclaro ejemplo del hacer de la buena radio pública que es Xabier Fortes, tan impecable moderador de debates como conductor de un espacio de debate político cual es “La noche en 24 horas” de una calidad, mesura y, sí, buena educación participativa, que le hace “rara avis” entre tantos deplorables, enmarañados rifirrafes tertulianos como por ahí pululan. Y permítanme también mi vicaria satisfacción al constatar la buena acogida de los debates a pesar de todo desarrollados por la radiotelevisión pública y por el hecho de que, de una manera rotunda, los españoles prefirieran mayoritariamente seguir la jornada electoral –casi 12,2 millones de personas vieron en algún momento el especial informativo “23 J: Tú decides”– a través precisamente de RTVE presentado por Carlos Franganillo y Alejandra Herranz colocándolo a la cabeza del ranking televisivo.