Nostalgias

Como “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida” define, en su segunda acepción, a la nostalgia el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Y eso es justamente lo que este columnista sentía, catorce días atrás, al contemplar en las páginas de este mismo semanario en el que se inserta hoy este su texto –como una de las ilustraciones gráficas del amplio reportaje en ellas dedicado a la conmemoración del cuarenta aniversario de la aprobación del Estatuto de Autonomía  de nuestra Comunidad– de la imagen fotográfica de la Plaza Mayor de nuestra capital con el aspecto que allá por los ochenta del pasado siglo presentaba con su típico pavimento de guijarro encuadrado y, sobre todo, con la entrañable presencia de aquellos árboles que prestaban, a más de su sombra, la entrañable y yo diría que familiar belleza estética de su presencia a la que, en probablemente en la mejor calificación nunca hecha de su ámbito y condición –al menos de lo que era y cómo lo era– por aquellas fechas, uno de sus mejores cronistas, el periodista José Luis Muñoz Ramírez, describiera como “el salón de estar de la ciudad”. 

Nostalgia también es la que, al rememorar aquellos tiempos de la pasada centuria, le asalta asimismo a este columnista cuando recuerda haber tenido por aquellos entonces de los setenta a su disposición, ahí, a la mano, la posibilidad de desplazarse a Madrid o a Valencia a bordo del mismísimo tren Talgo antes de que, en un progresivo deterioro de las prestaciones ferroviarias a nuestra capital y provincia, su oferta fuera sustituida en una primera fase por el tren Ter y posteriormente por los actuales convoyes, esos que ahora todo parece indicar que van a dejar definitivamente de pasar dejándonos compuestos y sin vía, en un futuro a la contra de cuanto en otras partes de nuestro país se nos anuncia que se va a llevar a cabo, y ahí está por ejemplo, apoyando claramente lo que digo, ese más que reciente Plan de Mercancías que acaba de colgar en su página web el Ministerio de Transportes para elevar al final de esta década el peso del ferrocarril en el transporte de eso, de mercancías, del actual cinco por ciento al diez, sacando con ello buena parte del tráfico pesado que hoy por hoy circula por nuestras carreteras y las machaca y afecta negativamente a la red de vías de alta capacidad, y reduciendo de paso las nada deseables emisiones de efecto invernadero.

Y al hilo de esta nostalgia –acompañada, debo confesarlo, de una cierta  sensación de rabia– uno, qué quieren que les diga, se sigue preguntando el porqué de que una parte de esas inversiones previstas para otras zonas del país no se puedan dedicar a la efectivamente más que necesaria electrificación y reacomodación de nuestra vía férrea a las condiciones hoy necesarias para su utilización, como tampoco acaba de entender que su desaparición venga a ser, cual en principio parece, necesaria moneda de cambio para la realización tanto en la ciudad como en la red viaria provincial de esas acciones del Plan xCuenca, algunas de las cuales desde luego que bien que deberían acometerse y más que bienvenidas serían –pero sin tan tremenda contrapartida– para mejorar nuestro día a día.