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Eduardo Soto
Eduardo Soto
20/05/2023

Moral y filosofía de la reinserción

La cárcel es un instrumento de reinserción social. Cuando reinsertas haces que se adapte a la vida social una persona que ha vivido separada de ella, proporcionándole los medios necesarios para que no le resulte difícil. Sea Ibon Etxezarreta o Rodrigo Rato. Así lo entiende la RAE, y el propio Papa, que no ha dejado de visitar las cárceles en todos sus años de pontificado. Resulta sospechoso que la Iglesia no recuerde a sus fieles las inequívocas palabras de Jesucristo cuando en Mateo 25 les define la esencia de su sentido de la hermandad: “Venid, benditos de mi Padre; porque estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme… cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.

Es evidente que, para personajes como Ayuso, Rollán y Feijóo, católicos fervorosos y practicantes, el sentimiento común y fundacional de su connivente Iglesia redentora tenga tan poca impronta y ningún atenuante en su necesidad de resucitar y exponer sobre los altares (no al hermano, ni al hijo de dios) sino al enemigo. Ese enemigo al que adoran convirtiéndolo en su preciado oro electoral, el pozo sin fondo del que sacan rédito a pesar de cada domingo perdonarlo de palabra cuando rezan en voz alta.

La rectificación, piensan ellos, es un valor que no cotiza en las urnas, es el valor de los sentimentales, de los pobres, de los débiles.  Mantienen esa tradición ancestral de que la razón que más pesa y funciona es la del miedo y así esgrimen sin pudor moral la falacia ad baculum. Cuidado: no creáis en los redimidos, no perdonéis a los arrepentidos, seguid llamándolos por lo que un día hicieron: ¡Narcotraficantes! ¡Falsificadores! ¡Prevaricadores! ¡Pederastas! ¡Violadores! ¡Asesinos!

La prisión no es dulce, ni un veneno letal. Cuatro de cada cinco presos se reinserta en la sociedad con éxito. Y lo hacen a pesar de las enormes dificultades que tienen algunos seres humanos para abandonar la estigmatización y comprender que la cárcel es un medio por el que los civilizados en vez de sacarnos un ojo nos otorgamos una segunda oportunidad. No tiemblo al expresar que el éxito de la reinserción depende principalmente de la actitud del individuo que cometió la falta. Pero no hay actitud que pueda reponerse de una sociedad que no reconoce tu enmienda. Si una vez que has pagado tu castigo te siguen culpando por lo que hiciste y de lo que te arrepentiste, de una forma terrible te están llamando a voces para que recuperes tu actitud anterior.

Esta dramática conclusión, que entiende un niño pequeño si le vuelven a castigar después de enmendar una falta y haber cumplido ya castigo por ella, fue lo que comprendió Foucault cuando dijo que  "La cárcel no es solamente un castigo, sino un instrumento de normalización social"; y Stuart Mill cuando expresó "La reinserción social exitosa no consiste en castigar sin piedad, sino en rehabilitar y reformar, permitiendo a las personas reconstruir sus vidas y contribuir positivamente a la sociedad"; o cuando Durkheim dejó claro que "La prevención del delito y la rehabilitación del infractor no solo dependen de las sanciones, sino también de la solidaridad y cohesión social que permiten la reintegración plena en la sociedad"; una idea que Hannah Arendt recalcó al aseverar con dolorosa experiencia que : "La reintegración en la sociedad es crucial para recuperar la condición humana, ya que solo a través de la acción y la participación política podemos restaurar nuestra humanidad y sentido de pertenencia."

Les pido a los que un día fueron presos, como les pide Francisco, que no se dejen robar la esperanza por un fajo de cínicos oportunistas que, si algún día cayeran en su situación, se desollarían las rodillas clamando porque los restituyesen a su preciada normalidad. Les pido a los que debaten sobre este asunto que no se arredren en defender la mayor: si creemos en la bondad de la reinserción y en la reintegración social defendámosla sin dobleces. Lo contrario es regresar a la ley del talión y a la pena de muerte: la rueda tribal de la venganza perpetua.

 

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