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José Ángel García
José Ángel García
09/10/2020

Míguel

A

parte de haberle hurtado a la cultura conquense actual uno de sus principales y fundamentales referentes, el repentino e inesperado fallecimiento de Miguel Ángel Moset ha dejado, asimismo, en cuantos tuvimos la inmensa fortuna de tratarlo personalmente –y a este respecto este articulista fue uno de los más afortunados– una profunda herida. Porque Míguel –como, cargando, a despecho de lo correcto, el acento tónico en la primera sílaba, le llamábamos quienes más de cerca le tratamos– unía a la inmensa calidad de su personalísimo hacer pictórico, ese figurativismo transverberado del sentir y el hacer abstracto que la apertura de horizontes que a él y a sus compañeros de generación les proporcionara en su juventud el Museo de Arte Abstracto creado Fernando Zóbel, tanto a través de la contemplación de las obras de su colección y de su condición de polo de atracción de la contemporaneidad plástica de nuestro país vuelta visitante cotidiana de la ciudad, como mediante la ventana abierta al mundo internacional de su biblioteca, sus fondos y su espacio tertuliano siempre a su disposición, a más también, añádase, de su paralela trayectoria como grabador, serígrafo, cartelista e ilustrador, de su inmediata participación en cuantos proyectos sociales y culturales redundaran en beneficio de Cuenca y de sus paisanos o de su buen hacer como comisario de exposiciones, Míguel unía, digo, cuantos lo tratamos bien lo sabemos, una calidad humana fuera de lo común.

Cuantos, como más arriba ya dije, tuvimos la impagable suerte de gozar de su amistad, pero también cuantos, simplemente, aunque fuera con menos personal e íntima relación, tantas veces tuvieron oportunidad de constatar su afabilidad, su permanente accesibilidad, su siempre pronta disposición a ayudar y colaborar, su espléndido sentido del humor, la riqueza de su charla, el trasfondo de un saber humanista exento de cualquier tentación de exhibicionismo pero más que cierto y actuante y también, rara avis, un sentido ético siempre latente tanto en su trayectoria artística como en cualquier faceta de su propio cotidiano comportamiento, a más de lamentar la imposibilidad de disfrutar de tantos nuevos cuadros o estampas como las que aún nos habría regalado y el no poder ya compartir nuevos proyectos, llevaremos siempre en nuestro devenir la llaga de la pesadumbre que, personalmente, nos ha ocasionado su partida –me lo han robado ha dicho estos días Luis del Castillo y no encuentro mejor forma de expresarlo– tan solo atemperada, demos gracias por ello, por la imborrable huella de amistad con que marcó para siempre nuestras vidas.

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