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Eduardo Soto
Eduardo Soto
14/07/2022

Llegará el día

Sí, llegará el día en que pensemos que por qué seguimos adelante, que por qué no nos paramos un poquito a pensar lento, como seres humanos racionales, previsores, estrategas, sensatos, dialogantes, conocedores de la historia. Llegará el día en que nos digamos que por qué en vez de enfriar la diplomacia no se abrió y mantuvo una negociación de paz para detener la guerra de Ucrania y con ella la escalada del armamento, de la inflación y de las penurias subsiguientes. ¿De qué ha de servirnos una máxima seguridad de las democracias si están a punto de estallar por sus débiles costuras?

Tememos al otro, al que no habla nuestro idioma, o no come, reza y viste como nosotros, le excluimos, le odiamos, le ponemos barreras, muros, le pegamos, si nos dejan, le matamos.  Lo hacemos por nuestra sacrosanta nación que nos identifica, por sus fronteras. Un error infantil. ¿Qué se quiere decir Putin a sí mismo atacando a una Ucrania que tanto y en tanto se parece a su Rusia, que es históricamente una hermana, o una madre, o una hija de Rusia? Tan poco sentido como si nuestra España invadiera nuestra vecina Portugal, o Madrid invadiera Catalunya. Es el caso clásico de Villa Arriba contra Villa Abajo, un atavismo: la actitud del que encuentra la diferencia lacerante en lo semejante, del que no digiere el amor si no es a muerte, del que se pincha con la postrera aguja en el pajar de su hermano.

Cada guerra es, o debería ser, una pregunta profunda a nuestra esencia de humanidad. Leo en el New York Times que en el bando ucraniano se han alistado supremacistas blancos, algunos que se sienten mal por haber invadido Irak sin razones, otros por tener claro que Rusia es un enemigo “de los buenos”. También se han alistado luchadores gais que combaten contra la retrógrada homofobia de Putin. Algo chirría ahí. ¿Es la guerra y su violencia la única forma que tenemos de gestionar la frustración? Leo que la conferencia de la OTAN de Madrid revitaliza la guerra fría, presenta al mundo como un peligroso escenario de dos bandos, conmigo o contra mí, y me pregunto ¿Es aquí la lucha del autoritarismo contra la democracia o es la lucha por hacer más grande la amenaza armada de un bando contra la amenaza del otro poder armado? ¿No es la democracia, antes que nada, el poder de la palabra? Pareciera que no, solo se exhibe músculo de acero, de dron y pólvora. Poco hemos avanzado.

¿El odio nace del arma o el arma nace del odio? Aquí nosotros, que vivimos sin armas en las estanterías de los supermercados, conocemos bien cuál es el beneficio de no disponer de ellas. Si las vendieran en los mercadillos quizá ya habríamos olvidado su capacidad de infección, su contagiosa maldad innata. Si además nos enriqueciésemos con su venta, seríamos inmunes a los dolores que causa, amaríamos incluso esa adrenalina que parece proporciona vivir con el miedo permanente al calentón de un majara con rifle de repetición.

Nos llegó ya la fatiga de pandemia y en nuestra cotidianeidad anulamos al Covid, ya no existe, aunque la variante BA.5 resulta la más infectiva y de rápida propagación. Lo que harta lo apagamos. Así llegará la fatiga de la guerra. No salen ya imágenes con emigrantes mujeres ucranianas agarradas a sus hijos y una maleta hecha a toda prisa. No mires arriba. Llegará pronto el olvido de aquellas justas razones por las que luchan los demócratas embozados en la capa de la OTAN. Llegará con el tsunami de la inflación, con los agricultores que no ganan para fertilizantes químicos, con los ganaderos que no ganan para piensos concentrados, con los transportistas que no ganan para gasoil, con la bolsa de la compra que no se llena.

No mires arriba, vete de vacaciones, quizá sean las últimas. Cuando vuelvas nada será como antes. Cuando llegue el frío ¿Quién va a parar la guerra? Las sanciones no funcionan. La UE no le compra petróleo a Rusia, Rusia lo vende a Singapur (por decir un país), la UE se lo compra a Singapur (más caro, evidentemente). Putin amenaza con cerrar el gaseoducto Nord Stream el 7 de marzo, el 11 de julio se estropea y hay que mandar una turbina a mantenimiento. Alemania se queda sin gas y abre sus informativos pidiendo a la población que se duche menos, que baje el termostato. Ceder no es palabra de moda, mucho menos decrecer (aunque ya decrecemos). Aparcar el odio, pararse a solventar las consecuencias del peak oil y atajar el cambio climático no están en la agenda. Hablar de sentar a negociar a Ucrania con Rusia es anatema hoy. Llegará el día, llegará tarde.

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