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Julio Magdalena Calvo
Julio Magdalena Calvo
30/08/2021

El guacamayo

El día 19 del pasado mes de julio, publiqué un artículo titulado “Échale guindas al pavo”, donde les contaba las peripecias de un pavo real que se había escapado de una vivienda de la urbanización, y generó una movilización general de los vecinos para organizar una batida, y les comentaba, además, que su búsqueda y, sobre todo su captura, se complicaba por el hecho de que el susodicho no solo corría que se las pelaba, sino que podía realizar vuelos cortos, pero de una altura considerable. Pues bien, esta semana se ha repetido el suceso, pero con un guacamayo llamado Rommel. Así, como lo leen.

El guacamayo y el pavo real tienen en común que ambos son aves exóticas y poseen un plumaje policromado y vistoso que los confiere una majestuosidad particular, pero el pavo real –como les he comentado-- además de volar, corre, mientras que el guacamayo, puede caminar deprisa, incluso como un atleta de marcha, pero correr lo que se dice correr, corre poco. Pero la principal diferencia entre los dos es que el segundo habla, repitiendo lo que ha oído en su casa, lo que tiene su miga siempre, pero que se convierte en un peligro, si lo que dice conlleva la divulgación de lo que se consideraba un secreto o, al menos, algo dicho en un ámbito íntimo y, por tanto, para consumo privado. Me explicaré.

En la captura del animal nos fuimos sumando todos los vecinos que, bien porque nos habían avisado, o porque por casualidad pasábamos por allí, con una relación más o menos directa con los propietarios del llamativo guacamayo, pero todos conocidos entre sí, y es precisamente por esta relación donde se produjo el peligro al que me he referido, ya que, sabido es, que esta variedad de ave repite palabras o frases que ha oído, palabras como, por ejemplo “borracho” o “sinvergüenza”, pongamos por caso, así que imagínense la que se puede liar si a esos epítetos le añaden un nombre que coincida con algunos de los presentes. Vamos, que la que se armó en San Quintín sería una broma en comparación con la que les relato. Por suerte, no sucedió nada, más que el regreso feliz del prófugo a su hogar.

Pero este acontecer a todas luces anecdótico, me ha llevado a pensar en la utilización de la habilidad de estas simpáticas aves para los menesteres propios del espionaje, porque a diferencia de los artilugios que se usan para tal fin, no son objeto de vigilancia y rastreo, pudiéndote acompañar en cualquier velada, sin que se pueda sospechar lo más mínimo en que puedan estar grabando para, posteriormente, reproducirlo cuando interese en perjuicio del espiado.   

Seguro que, a la mayoría de ustedes, mi elucubración pajaril le parecerá un disparate, pero como algún de los servicios secretos le dé por leer este artículo, ríanse de las famosas “Grabadoras Villarejo”. Cosas más raras se han visto…y se verán.

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