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Concentraciones violentas

Tirar la piedra y esconder la mano. Eso es lo que han hecho algunos dirigentes del PP una vez observada la deriva violenta y neofascista que se está viendo estos días frente a las sedes del PSOE en muchos lugares de España. Desde José María Aznar hasta Alberto Núñez Feijóo, pasando por Esperanza Aguirre e Isabel Díaz Ayuso, e incluso por el líder popular en Euskadi, Javier de Andrés, que calificaba de “sanas” y “espontáneas” las concentraciones, han tenido que recular en su apoyo inicial hasta la enérgica condena, visto lo visto. Todos ellos han ejecutado un virtuoso ejemplo de malabarismo político para, por un lado, mantener y seguir convocando a la gente en la calle pero, por el otro, desmarcarse de las acciones promovidas por la derecha más ultramontana. Tanto esta semana como las jornadas que seguirán ha resultado y va a resultar difícil trazar una línea divisoria entre la militancia de Vox y la del PP, que ocupan y ocuparán la sede de Ferraz, otras dependencias de los socialistas en numerosas localidades del país y céntricas calles de muchas capitales. Si tenemos en cuenta los acuerdos que ambos partidos mantienen parea gobernar algunas Comunidades y ayuntamientos y vemos las fotografías de algunos de sus dirigentes tras  pancartas y banderas de dudosa constitucionalidad no es descabellado pensar que los dos son y defienden lo mismo.

  No deja de resultar curioso que en ambas formaciones políticas escuchemos voces que se refieran al acuerdo entre el PSOE y Junts per Catalunya como “golpe de Estado”, “traición a los españoles” y “humillación ante el independentismo”, entre otros calificativos más insultantes contra la corona , el presidente en funciones e incluso la Policía Nacional. Olvidan quizá que el de 1936 sí fue un golpe militar, que todos sabemos cómo acabó, y que el 23F fue otra intentona que no fraguó a pesar del incesante ruido de sables en aquella época. Por cierto, que ninguno de sus instigadores cumplieron enteras las condenas que la Justicia decretó. Ni a Vox ni al PP hemos escuchado condenar ambos sucesos con claridad. Se posicionan contra la amnistía, pero quizá olvidan que en la historia de España se han producido cuatro, una de ellas, la de 1977, contribuyó a apaciguar los  ánimos en el panorama político post franquista y puso en la calle y obvió juzgar a autores de execrables actividades. Y hubo también amnistías fiscales que han favorecido, entre otros, a personajes no precisamente destacados por ser de izquierdas. El doble rasero es más que evidente en estas cuestiones.

  Al margen de los posicionamientos políticos, resulta muy preocupante observar con qué impunidad se están viendo estos días símbolos y banderas fascistas, consignas racistas y homófobas, ordinarieces de mal gusto y ataques violentos contra la Policía no resueltos con la contundencia comprobada en otras actuaciones de las Fuerzas de Orden Público. Algunas de las actitudes que estamos observando bien pueden ser consideradas delitos de odio, pero se repiten una y otra vez. Son precedentes nefastos, porque se corre el peligro de normalizar iconos y expresiones que en otros países están duramente castigados por la ley. Estéticas neonazis y neofranquistas en nada benefician a una patria cuya unidad quienes las exhiben aseguran defender. Una nación se defiende con actitudes conciliadoras que comprendan la diversidad dentro de la unión y que asimilen que un gobierno de coalición elegido democráticamente debe asumir las afinidades y las posiciones contrapuestas de sus socios para buscar un equilibrio socialmente rentable y ofrecer un panorama distendido y no un pantano de crispación. 

No hemos tenido en España experiencias cercanas de acuerdos de gobierno alejados del bipartidismo, pero ya va siendo hora de que empecemos a aprender que la política española tiene más de dos voces.