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Cine y cines

En principio no parece que las salas de cine estén viviendo su mejor momento: las cada vez más diversificadas y más a la mano tecnologías audiovisuales, del streaming a las plataformas , favorecido en su momento su uso por las restricciones de movilidad en la pandemia de la Covid y, una vez superadas aquellas, por  la creciente liquidez de nuestros hábitos tanto de consumo como relacionales, siguen siendo, sin embargo –las salas, digo– ese espacio diferencial en el que poder exprimir toda la valía del cine tanto como realización cultural –de “elemento fundamental para mantener y cuidar una cultura sólida que permita extraer y explotar todo el potencial de la obra cinematográfica” las ha calificado el director general de FECE, la Federación de Cines de España,  Luis Gil Palacios– cuanto como elemento socializador de nuestro vivir en comunidad. No obstante hay toda una serie de circunstancias que animan a un cierto optimismo cara a su futuro: por un lado parece constarse una gradual vuelta de espectadores a sus recintos tal vez impulsados, además de por algunos espectacularmente publicitados estrenos de  superproducciones y por la incorporación de nuevas tecnologías de proyección y oferta a los propios espacios  de exhibición, también por las rebajas en el coste de las entradas en determinadas fechas –tipo día del espectador o la Semana del Cine– o para colectivos concretos como los mayores de sesenta y cinco, mientras que por otro estudios llevados a cabo tanto en Estados Unidos como en nuestro propio país parecen apuntar a que si bien el uso de las plataformas de video bajo demanda se ha convertido en nuestro pan visual de cada día, habría un cierto juego de vasos comunicantes entre unas y otras, ya que estarían indicándonos, por ejemplo, que el estreno en exclusiva en salas de una película otorga a ésta un valor añadido de cara a su explotación en las propias plataformas, algo que en principio potenciaría el papel de los cines como una infraestructura fundamental ya no sólo para ese disfrutar en toda su plenitud del valor cultural de la creación fílmica sino también como herramienta económica para que ésta pueda explotarse beneficiando a todos los agentes de su cadena de valor. Y dicho lo dicho, déjenme que les aclare que si hoy me he puesto a hablar de este tema ha sido a consecuencia de la alegría que, por mi condición de cinéfilo redomado, me ha provocado la noticia de que, tras doce años chapada, la sala ubicada en la Casa de la Cultura de Motilla del Palancar vuelva a abrir sus puertas para, cada sábado y cada domingo, proyectar en sendas sesiones un par de películas de estreno, una de ellas específicamente destinada al público infantil, ofertadas además a un precio más que atrayente, en una programación gestionada por la distribuidora Exhicine que ha sido la finalmente elegida por el consistorio municipal –¡bien por él! – para gestionar la recuperación. A ver si cunde el ejemplo, que, cual clamaba en su día el estribillo de la conocida canción de Luis Eduardo Aute, vaya si no es deseable eso de “cine, cine, cine, más cine por favor”.