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Las Noticias de Cuenca
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24/09/2023

Cambio de chip

Que nunca llueve a gusto de todos es algo muy palpable, especialmente después de dos episodios de DANA que han sembrado el miedo y la destrucción en amplias zonas del país. Si lo más habitual hasta hace pocos años era que las denominadas “gotas frías” se centraran en la zona mediterránea, ahora las funestas DANAs campan por enclaves no tan acostumbrados a sufrir docenas de litros de agua por metro cuadrado en muy poco tiempo.  El aumento de la temperatura en el Mare Nostrum y los cada vez más altos mercurios veraniegos facilitan el caldo de cultivo ideal para las pavorosas tormentas que hemos sufrido, especialmente centradas en lugares muy concretos del centro peninsular. Con desgraciados ejemplos en varios municipios de la provincia y en periodos de vendimia o de siembra, cuando más duele en muchas comarcas.

 Resulta pues demasiado evidente que los augures del cambio climático y del calentamiento global no van en absoluto descaminados. Quien niegue estas tristes certezas o bien tiene corcho en lugar de cerebro o actúa bajo oscuras intenciones políticas que no merece la pena analizar aquí. Violentos huracanes y temporales, larguísimas olas de calor, incendios desproporcionados y otras nefastas proyecciones climáticas obligan a pensar a los más aciagos, y también a los moderados optimistas, que ya no hay vuelta atrás y que la Naturaleza ha echado un órdago que la Humanidad no puede ya contrarrestar. Y menos cuando comprobamos  ejemplos palmarios como que, en los últimos días, los países más contaminantes del planeta, Estados Unidos y China, no comparecen en la Cumbre Sobre Ambición Climática celebrada en la ONU o que Reino Unido prorroga cinco años más la prohibición de vender vehículos dependientes de los combustibles fósiles. En su discurso de apertura en la cumbre, Antonio Guterres, el secretario general del organismo internacional, resumió la situación con un terrible “hemos abierto las puertas del infierno”. A fuerza de ver lo poco que se hace para revertir la situación esas puertas van a seguir abiertas de par en par.

En este orden de cosas, cabe preguntarse qué medidas hay que tomar para reducir de alguna manera los perjuicios causados a los vecinos de los pueblos afectados por las tormentas y para prevenir que los más que probables aguaceros, granizadas, “filomenas” e incendios no arrasen lo poco que nos va quedando. Es  necesario plantearse urgentes medidas de carácter urbanístico, porque en muchos municipios están hartos de saber que donde hubo río puede haber riada y las inundaciones se repiten cada vez con menor margen de tiempo. Sería bueno también aplicar más avances en los métodos y materiales de construcción y unas acciones más contundentes para mantener los montes alejados del peligro de las llamas. Además hay que acelerar las indemnizaciones en las zonas afectadas y modificar algunos criterios dolosos en las peritaciones agrarias para que los agricultores puedan, al menos, enjugar un poco su precaria situación. Se hace necesario revisar el estado de las redes de abastecimiento y los regadíos. Porque las aguas bajan rápidas, pero el dinero muy lento. En definitiva, hay que cambiar el chip porque la climatología ya lo ha hecho hace tiempo.

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