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Un año más

U

n año más la Semana de Música Religiosa, con la que va a ser su ya sexagésimo primera edición, volverá a convertir a nuestra capital provincial en los próximos días –tras la adelantada actuación el pasado 15 de la Capilla de Música de la Catedral  en el Monasterio de la Concepción Franciscana– en punto de referencia del calendario melómano estatal en todo un ejemplo de una permanencia que seguro ni soñaban quienes, en aquel 17 de abril del 62 de la pasada centuria se aprestaban en la recién restaurada Iglesia de San Miguel –fresco aún el yeso de sus muros pese al alcohol que se había hecho arder en bidones para apresurar su secado– a echarla a andar con un primer concierto en el que, tras la preliminar intervención del poeta y cronista de la ciudad Federico Muelas, el Coro de Radio Nacional de España, bajo la dirección de Alberto Blancafort, iba a interpretar “La Pasión según San Mateo” de Francisco de Guerrero, con, seguro, toda la ilusión del mundo pero probablemente también con todas las dudas acerca de su continuidad pese a la que casi cabría calificar, siendo realistas, de presuntuosa declaración de intenciones de sus impulsores al presentarla nada menos que como, y va de cita textual, “el intento de algo que pueda ser plasmado, de definitiva manera, en años sucesivos: un exponente periódico de lo musical religioso, desarrollado en una serie de conciertos (…) creyendo llenar –en parte al menos– la laguna musical que, evidentemente, existe en España en tal aspecto”. Toda, ya ven, una apuesta revestida de utopía teniendo en cuenta que si ambiciosa habría sido en ese momento en casi cualquier lugar de aquella España de los sesenta del XX de tan poca vitalidad musical, mucho más en la pequeña ciudad del interior, casi camino a ninguna parte, desde luego tan a trasmano de las rutas de la cultura, en la que sin embargo ese mismo año comenzaba a gestarse el Museo de Arte Abstracto que propiciado por Fernando Zóbel –a quien la edición de este año del Festival va a rendir homenaje con la interpretación de las “Exequias” compuestas en su memoria por José Luis Turina– iba también, en paralelo milagro, a asentarse en ella. Una convocatoria que además iba en buena medida a cumplir con, aparte de su continuidad, esas sus tan elevadas expectativas iniciales con su más que probada política de continuado apoyo a la creación compositiva hispana contemporánea brindándola un lugar de encuentro con el público, un escaparate, vaya, más que de agradecer especialmente en aquellos sus primeros tiempos en los que los creadores musicales no tenían precisamente demasiados a su alcance, en una tarea más que estimable que no tiene vuelta de hoja como salta a la vista con el simple repaso a la larga, larguísima, lista de estrenos –obras de encargo, piezas procedentes del Concurso Tomás Luis de Victoria  o títulos que, simplemente, gracias a su inclusión en su programa,  hallaron la posibilidad de ser escuchados por ver primera– conformando casi la relación de la total composición contemporánea española generación a generación, grupo a grupo, individualidad a individualidad. Saquemos pues pecho de su labor y de su permanencia y dispongamos a, un año más, disfrutar de su oferta.