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Una actuación necesaria y urgente

Hace algo más de dos años, concretamente en junio de 2021, Hispania Nostra, una asociación sin ánimo de lucro que, declarada de utilidad pública,  trabaja desde 1976 en la defensa, promoción y puesta en valor del patrimonio cultural y natural de nuestro país, incluía en su Lista Roja –una herramienta de participación social creada  para dar a conocer, sensibilizar y actuar sobre los elementos patrimoniales del territorio español en riesgo de desaparición– a la Iglesia de la Virgen de la Luz, la joya del Rococó religioso de nuestra capital cuyos valores arquitectónicos, artísticos e históricos  le habían valido su declaración  como Bien de Interés Cultural (BIC) en la categoría de monumento en 2015. Hispania Nostra consideraba que aunque el estado exterior del edificio era bueno, el interior, con más que perceptibles grietas especialmente en su techo, amenazaba desprendimientos que podían llevar a que las pinturas murales que decoran su interior pudieran perderse. A raíz de tal noticia el alcalde anunciaba su intención de solicitar al Consorcio de la Ciudad la elaboración de un plan para rehabilitar el templo y esta misma semana se nos indicaba que este organismo va a monitorizarlo para determinar, se nos dice en las informaciones publicadas al respecto, “ si esa grieta, que es visible a simple vista, es un movimiento que se está produciendo en el edificio o ha sido algo puntual”, una motorización que se ha dicho será al completo y por lo tanto hay que suponer que indicará tanto el estado y la causa de esa grieta “visible a simple vista” como el resto de las probablemente más dolencias que aquejen al inmueble; una monitorización que tras analizar sus resultados sirva para proceder a elaborar y poner en marcha ese solicitado plan reparador que evidentemente demanda y cuya redacción y posterior puesta en obra deben –el tiempo corre– acometerse cuanto antes. Una actuación que, amén de utilizar todas las herramientas y técnicas que hoy por hoy se conocen para este tipo de trabajos de conservación y restauración,  deberá ajustarse, por usar textualmente palabras del máximo conocedor actual del templo, el historiador del Arte y profesor  Pedro Miguel Ibáñez, autor del magnífico volumen que sobre él se publicara en 2011, “al  espíritu arquitectónico y ornamental que, en 1760, concibió la fértil imaginación de José Martín de Aldehuela”, el principal responsable del acusado carácter artístico actual del edificio, para lo que, como continúa señalando el profesor Ibáñez, bien a  mano tienen quienes de ello se encarguen, una vez solucionados los problemas de consolidación y cara a las actuaciones a llevar a cabo en la policromía y en los detalles, el inventario elaborado veinte años después de esa fecha del XVIII con la detenida descripción de los auténticos elementos originales subsanándose así, de paso, “lo que el capricho y las ocurrencias de algunos han ido variando en el curso de los años, y recuperar el sello aldehuela” del edificio. Esperemos que así se haga y –déjenme que insista– cuanto antes y el templo, que por cierto es de titularidad municipal lo que debería probablemente facilitar un tanto los imprescindibles trámites administrativos, se afirme en la permanencia de unos valores que mentira parece que suelan quedar tan fuera de la oferta artístico-turística habitual de la ciudad, en algunos aspectos la verdad que demasiado rutinaria, pese a su excepcional calidad.