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Jesús Neira
01/08/2017

"Sí al pacto de gobierno PSOE-PODEMOS en Castilla-La Mancha"

La eventual entrada de Podemos en el Gobierno regional vendría a ser un punto de inflexión en la conformación de las fuerzas políticas de progreso en nuestro país, y exige por tanto altura de miras y generosidad. Este no debería ser un juego de suma cero en el que, para que unos ganen otros tienen que perder.

Pero empecemos por los antecedentes. Podemos ha venido para quedarse, con nuevas respuestas a tiempos nuevos, razón por la cual tiene una base electoral tan robusta como nutrida por las nuevas generaciones.

Izquierda Unida ha optado por una estrategia de cooperación con Podemos, no exenta de riesgos para su propia supervivencia como organización, como arriesgado es el pacto de gobierno que estamos alumbrando en Castilla-La Mancha.

El Partido Socialista, sumido en los últimos años en turbulencias internas tan intensas como lo ha sido el desgaste por la irrupción de Podemos en el tablero nacional, ha demostrado un suelo electoral solido a tenor de su comparación con otros partidos socialdemócratas de nuestro entorno. Resuelto su liderazgo federal, ha virado a la izquierda su línea programática de la mano de Pedro Sánchez.

Desde mi punto de vista, estas tres fuerzas políticas se enfrentan al mismo desafío que el resto de fuerzas progresistas de nuestro entorno europeo, y no es otro que dar respuesta desde la izquierda a la crisis económica, social, incluso de modelo, que se inició en 2008. No es una época de cambios, es un cambio de época.

Seguramente las categorías izquierda-derecha no son las más adecuadas para analizar la realidad social y política de este nuevo tiempo o, en el mejor de los casos, deben ser reinterpretadas, como el resto de las realidades sociales y económicas, a la luz de un tiempo nuevo que no podemos anticipar porque se está conformando ante nuestros ojos por las decisiones que tomamos.

Pero hay un claro rompeolas divisorio de dos acercamientos a la nueva realidad claramente contrapuestos. El modelo de organización económica, social y política heredado del siglo XX necesitaría meros ajustes y mejoras para adaptarse al nuevo tiempo, y la crisis de 2008 solo fue una crisis de crecimiento con efectos colaterales indeseados. Frente a lo anterior, el nuevo tiempo requeriría de cambios profundos, estructurales, en el modelo heredado, y la crisis de 2008, y la respuesta a la misma, no habrían sido más que una primera señal de alarma, un movimiento sísmico, de un sistema institucional y socio-económico gripado.

Es en este contexto que debemos inscribir la crisis de la socialdemocracia, que se debate en la duda frente al rompeolas del que hablamos. Una socialdemocracia que, a riesgo de desaparecer arrastrada por los vientos del cambio civilizatorio que se ha iniciado, afronta el desafío de reinventarse para dar respuesta desde la solidaridad y la justicia social a nuevas realidades de un capitalismo globalizado, que ha roto unilateralmente el pacto subyacente a los exitosos estados de bienestar surgidos en la posguerra europea.
Dicho de otra manera, las empresas multinacionales se adaptan con rapidez, cabalgan y conforman las nuevas oportunidades que la globalización y la tecnología ofrecen, mientras que instituciones sociales y políticas surgidas en el siglo XX a duras penas pueden elaborar lo que está ocurriendo, cuando ni menos responder a ello.

La complejidad es el signo de los tiempos y, por tanto, no debería sorprendernos la caótica diversidad en que la socialdemocracia está respondiendo en los distintos países del entorno occidental y europeo. Siendo que, en mi opinión, ningún país ha sido capaz hasta el momento de dar una respuesta adecuada al desafío.

Y aquí llegamos al caso español, que es por donde hemos empezado. Y quiero entender que, en España, la respuesta pasa por la unión, convergencia, confluencia, alineamiento, o como lo queramos llamar, de tres fuerzas políticas que representan una mayoría social más que suficiente para abordar con solvencia una agenda de progreso para nuestro país. Una hoja de ruta, un relato que, sin tentaciones rupturistas, impugne el sistema en lo que la organización socioeconómica y política deba cambiar para responder a las necesidades de las personas, los ciudadanos del siglo XXI, inermes ante las imponentes fuerzas de la globalización y la tecnología de las que estamos hablando.

Consecuente con lo que hemos dicho hasta ahora, vendría de suyo que sobran cálculos egoístas y sectarios que antepongan los intereses de la propia organización a las acuciantes necesidades de un nuevo camino de progreso en las sociedades occidentales, al clamor de las nuevas generaciones, decepcionadas por lo heredado tanto como desconcertadas por la imposibilidad de encontrar un camino de superación e ilusión, individual y colectivo.

No podemos saber lo que va a pasar ni el resultado que tendrá el pacto de gobierno en Castilla-La Mancha, porque esa decisión abre sin duda un escenario tan pleno de oportunidades e incertidumbres como el tiempo que nos ha tocado vivir. Sí creo que podemos intuir que todo esfuerzo es corto, y todo sacrificio merecido, si contribuye a caminar de nuevo en la senda de una sociedad más justa.