“Si un mueble puede recuperarse y transformarse, hay que restaurarlo"
En pleno centro de Cuenca, entre vitrinas de cristal, radios antiguas, relojes, esculturas venecianas y libros centenarios, trabaja Ana Basanta Rodríguez, restauradora y anticuaria con más de tres décadas de experiencia. Nos cuenta que cuando decidió empezar profesionalmente en esto de la restauración lo hizo con una premisa que, hoy por hoy, permanece inalterable: “Si un objeto puede recuperarse y transformarse, merece volver a vivir”. Esa idea, afirma, ya era para ella economía circular “cuando nadie hablaba todavía de sostenibilidad”.
Basanta trabaja en su taller de la calle Antonio Maura con un equipo de tres personas que se ocupa de recuperar muebles, objetos decorativos y piezas históricas para particulares, coleccionistas, parroquias e instituciones. El día a día del taller está marcado “por la precisión y la paciencia”. Estos días restauran, por ejemplo, un escritorio Carlos IV de raíz de nogal, una obra dañada por “un producto inapropiado” que penetró en la madera. “Estamos recomponiéndolo desde cero, respetando el barniz y los materiales que corresponden a su época”, explica mientras señala los cajones desmontados.
La metodología de trabajo sigue criterios tradicionales: aplicación de goma laca, encerados, taracea, colocación de chapa, restauración de rejilla y tapizado antiguo de muelles a la francesa. Cuando la pieza lo requiere, se descartan soluciones modernas para conservar la técnica original. Y cuando se trata de muebles más recientes, Basanta se abre al terreno de la transformación estética: patinados, craquelados, composiciones cromáticas y reinterpretaciones decorativas. Una de estas intervenciones le valió el Premio de la Diputación a la Pieza Artesana hace dos años, un reconocimiento a “una cómoda muy oscura” que el taller transformó por completo hasta convertirla en una obra contemporánea.
La parte de venta del local funciona como una exposición permanente. Una de las piezas más llamativas es una sillería de diseño valenciano de los años 50, fabricada en nogal y rejilla, que Basanta logró completar de forma casi anecdótica. “Compré dos sillas en Madrid hace años y, recientemente, un vecino de un pueblo cercano apareció con otras dos exactamente iguales, procedentes de una escritora sevillana. Hoy forman un conjunto único”, señala. Otro objeto destacado es un San Antonio bordado en seda del siglo XIX, alojado en una hornacina añadida posteriormente y cuya procedencia se remonta a la colección de un general que vivió entre Zaragoza y Valencia. También sobresale una cocina de juguete de hierro de principios del siglo XX, “completamente funcional, utilizada en su época como herramienta educativa para enseñar labores domésticas a las niñas”.
El catálogo de Ana Basanta continúa con preciosas esculturas de cristal firmadas, relojes estilo Moret, cristalería y cerámica de autor, costureros, cajas musicales, instrumentos, plumas y rarezas que ya no se fabrican. Para la restauradora conquense, explorar las piezas que posee requiere tiempo: “Aquí no se viene para comprar en cinco minutos. Hay que mirar, volver a mirar, quedarse con los detalles y dejar que las piezas hablen”. A pesar de la riqueza de la colección y del oficio que la sostiene, Basanta reconoce que el sector atraviesa una etapa difícil. “Cada vez se compran menos antigüedades. A mucha gente le parece viejo sin llegar a ver la calidad”. Resulta llamativo que parte de sus clientes más fieles lleguen desde fuera: “A veces pensamos que lo valioso está en Madrid, Barcelona o Valencia, y no siempre es así. A veces lo valioso está más cerca. Aquí también hay piezas extraordinarias. Lo único que hace falta es buscarlas”.