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Eduardo Soto
Eduardo Soto
06/06/2018

La bondad de la era solar

Ya hubo otros momentos de la historia en que el cambio de paradigma energético provocó una apertura hacia nuevas formas de entender y reorganizar la sociedad. Basta sopesar lo que supuso para la dieta, para el ataque y la defensa de los animales salvajes o la conquista de nuevos territorios, el dominio del fuego por el hombre prehistórico. La energía de la máquina de vapor propulsó la Revolución Industrial y es sabido cómo ésta perturbó el aparato del poder político, transformó el orden social y cambio el modo de pensar del hombre, así en su actitud hacia el emprendimiento como en la conducta con que podía ahora relacionarse con los otros y con el mundo. Con la mejora de los medios de transporte se expandieron las fronteras y los nuevos medios de producción desarrollaron de forma imparable los centros urbanos en detrimento de los rurales. La invención de la bombilla en 1879 alejó el miedo a la noche y prolongó las horas de trabajo, y las de ocio. La expansión de la energía eléctrica se vio correspondida con un desarrollo económico y social que desconcertaría la inteligencia de un ciudadano que despertara de la oscura Edad Media: en cierto sentido aquella energía había aumentado a ojos vista la esperanza para la vida buena.

La energía ha sido durante los dos últimos siglos la diosa sin altar que ha iluminado la ciencia, la que ha propulsado unas mejoras humanas que han dejado en anécdota los milagros de leyenda. Al mismo tiempo y precisamente por su facultad para derramar bienes, la energía ha sido codiciada en extremo y ha propiciado los mayores acaparamientos de capital. El petróleo no existe en todas partes, como el oxígeno, solo algunas zonas del planeta lo poseen, circunstancia que ha llevado a provocar las invasiones y las guerras más injustificadas y falaces. La ambición por el control del petróleo, por citar algún ejemplo, indujo el golpe de estado en Irán de 1953, desató la primera guerra del golfo y la invasión de Irak y mantiene sangrante el multiconflicto de Siria.

El silogismo es sencillo: tú lo tienes, yo lo necesito, yo te lo quito. Infantil, injusto, eficaz, consentido. Así ha sido la política internacional de los últimos 150 años, basada a su vez en los presupuestos insolidarios del neolítico: razias, saqueos, invasiones y guerras se originan con cualquier excusa menor con el objeto efectivo de robarle al de al lado la materia prima que yo necesito y no poseo (al menos no en la cantidad que me hace el más poderoso). El “si no me lo das te mato”, es bien sabido, es el origen del negocio global de la industria del armamento.

Todo esto ha sido así hasta hoy. No hay que ser ingeniero, ni financiero, ni estratega internacional, ni filósofo, ni siquiera buena persona, para visualizar que un futuro más agradable precisa de una forma de energía que nos permita ser más justos con nuestros vecinos o, al menos, que no nos obligue a matarlos para quitarles la que necesitamos. Si además esa energía es más económica, más limpia y más democrática, como se dice de ganar en el mus, eso debe ser la ostia.

Estamos en un momento crucial por dos razones. Una, resulta evidente, el petróleo se acaba (o al menos, su precio va a provocar una nueva crisis global). La otra, la estamos pregonando: para el caso de nuevas instalaciones, el precio del kilovatio hora solar ya es más económico que el nuclear y que el que proporciona el carbón. La transición hacia una energía limpia está cambiando los mercados mundiales de la energía y en los próximos cinco años la participación de la electricidad generada por las renovables en todo el mundo crecerá más rápido que cualquier otra fuente.

Estas dos circunstancias ponen en jaque un modelo de explotación de la energía que llega a su fin. Aunque no lo crean es una muy buena noticia. Lo es porque lejos de quedarnos a oscuras existe una fuente alternativa de energía, renovable y sostenible. El sol nos envía en una hora la energía que consumimos todos los habitantes de la tierra durante todo un año. El sol, ya lo dijimos, sale para todos, en todas partes. No es como el carbón, ni como el petróleo. No hay necesidad de invadir Irán o Kuwait para obtener rayos de sol, no será rentable provocar un golpe de estado en Brasil o Venezuela, no procede deforestar Alaska o teñir el ártico de negro. Además de su limpieza y su eficiencia, la Era Solar presenta una bondadosa novedad: desactiva el grueso de los casus belli de la historia, deja sin coartada a los abusones. ¿No les parece un buen motivo para propiciarla?

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