Pocos conocen sus nombres, aunque sí sus hazañas. Saben que son capaces de poner en peligro su vida para salvar la de otros, por supuesto, sin pedir nada a cambio, y casi siempre con el anonimato por bandera. Parecen estar hechos de otra pasta.
Son esos héroes anónimos que cada día surgen en cualquier parte y que con sus actos hacen de esta vida algo mejor, que merezca la pena. Héroes anónimos como Luis Izarra y Rafael Sánchez, dos de los cuatro agentes de la Guardia Civil que hace unos días, el pasado 17 de febrero, en una demostración de valentía y arrojo, lograron rescatar con vida a un hombre de un pozo en Tarancón, después de más de una hora.
Dicen no sentirse héroes y prefieren hablar de que cumplieron con su deber, pero, sin duda, tienen muy claro que este episodio lo tendrán presente toda su vida. Y no es para menos. Fueron más de sesenta minutos de angustia, preocupación y, finalmente, de alivio y alegría, mucha alegría, al lograr su objetivo: salvar a José Ignacio de perecer ahogado.
Luis Izarra, guardia civil de Seguridad Ciudadana del Puesto de Tarancón, recuerda esos momentos con mucha intensidad. No en vano, fue, junto a su compañero de patrulla Rafa, el primero que llegó al pozo, teniendo que descender unos cuatro metros hasta alcanzar a la víctima, un hombre de algo más de 50 años con el agua al cuello a quien sujetó del brazo para mantenerlo a flote hasta la llegada de refuerzos.
“No lo pensé ni un segundo, cuando me asomé, vi al hombre al fondo y pensé que iba a morir ahogado, por lo que no lo dudé y descendí hasta él, pudiendo quedarme en un hueco, que se había formado tras el derrumbre de parte de la pared de tierra del pozo. Allí lo agarré del brazo y comencé a darle ánimos, porque no dejaba de decir que ya no aguantaba más, pero yo estaba convencido de que todo iba a terminar bien”, rememora.
Media hora de angustia a la espera de refuerzos, en la que, tal y como subraya, a la oscuridad de la noche, se iban uniendo los pequeños desprendimientos de las paredes de tierra, que hacían temer el colapso del pozo. Entre tanto, no paraba de darle ánimos a la víctima, que cada vez estaba más exhausta y con síntomas de hipotermia. “Hubo un momento en el que el hombre, fruto de la desesperación, me cogió de la pierna y casi caigo al agua, pero, precisamente, fue en ese instante cuando oí las voces de los compañeros del Seprona. Todo estaba terminando”, incide.
Tanto Izarra como Sánchez lo tienen muy claro y aseguran que si se tuvieran que enfrentar a otra situación similar, no lo dudarían y lo volverían a hacer, sin pensar
Rafael Sánchez, cabo primero de la patrulla del Seprona de Villamayor, recuerda que “cuando oímos la emergencia, nos cogió en Mota del Cuervo, y sabiendo que llevábamos en el maletero una cuerda y una eslinga, nos dirigimos a toda prisa para intentar ayudar al rescate. Menos mal que llegamos pronto, porque si tardamos diez minutos más, a lo mejor todo hubiera sido muy distinto y hubiera terminado de otra manera; de hecho, el pozo colapsó por completo al día siguiente”.
Fue llegar y su compañero, Luis Moya, se ató una cuerta a la cintura y, sujetándolo desde arriba, bajó hasta donde estaban el agente Izarra y José Ignacio, le enganchó la eslinga en el brazo y lograron sacarlo con vida, después le tocó el turno a su compañero. El rescatado quedó tendido en el suelo. No se movía. Estaba exhausto después de más de dos horas metido con el agua hasta el cuello, mientras el agente Izarra, aliviado por el final feliz, se dirigió al coche y, sentado en el capó, asegura que se fumó “el cigarro que mejor le ha sentado en su vida”.
Lo volverían a hacer. Lo tienen claro. “Forma parte de nuestro compromiso con la sociedad y con el Cuerpo”, recalca Sánchez, al tiempo que afirman que se sienten más que pagados con la gratitud de las personas auxiliadas. “No olvidas el abrazo de esa madre que te dice gracias por salvar a mi hijo”, concluye.