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Julio Magdalena Calvo
Julio Magdalena Calvo
20/02/2023

Tiempo de Carnaval

Durante estos días vamos a poder deleitarnos con el ingenio de las chirigotas, comparsas, murgas y charangas que no dejan títere con cabeza y dan caña a las autoridades varias, con un humor que no tiene parangón en otras latitudes, se pongan como se pongan allende los mares y, sobre todo, los pirineos. Y a propósito de ese patrio talento, me ha venido a la memoria ese chiste del reportero que pregunta a un lugareño si es verdad que ese pueblo es famoso porque ponen mote a todo el mundo, a lo que el aludido responde: No es verdad…” preguntitas”.

Pero se da la circunstancia que de que no sólo en estas fechas son propicias para poner motes a los que mandan, ya que basta con hacer un rápido repaso a nuestra historia, para comprobar que, desde tiempos inmemoriales, los apodos no son una moda actual ni mucho menos, sino una constante en esta España mía, esta España nuestra, que cantaba Cecilia. José María Solé cuenta en su libro Apodos de los reyes de España el motivo de muchos de estos motes, casi un centenar, y la historia de los mismos. Desde los laudatorios “el sabio”; “el noble”, “el benigno”, hasta los que señalan actitudes censurables: “el intruso”, “el temblón”, “el fratricida”, incluso determinadas características y defectos físicos: “el tuerto”, “el jorobado”, “el “calvo”, “el gordo” o como a Ramón Berenguer II que se le llamó “cabeza de estopa”, por el color rubio de sus cabellos.

Para repasar otros asimismo curiosos, empezaremos por Sancho III de Castilla, llamado “el deseado” coincidiendo, seis siglos después, en el apodo con Fernando VII, aunque para ser rigurosos con la historia, he de añadir, empero, que a este le denominaron también “el felón”, aunque con otros monarcas sucedió al parecido, así Felipe V se le conoció primero como “el animoso” y después como “el melancólico”, igual que a Pedro I, a quien parte de sus súbditos llamaron “el cruel” y otros “el “justiciero”, en clara evidencia de que unos elogiaban al que mandaba y otros lo denostaban. Hay otros dos que también coincidieron, ya que Felipe I “el hermoso”, esposo de Juana “la loca”, le llamaron así por su belleza, cuando el apodo ya lo tenía registrado Felipe IV de Francia, célebre por acabar con los Templarios, aunque, la verdad sea dicha, nuestro Felipe era mucho más agraciado, pero ya se sabe que el chauvinismo francés tiene sus cosas.

A otros se han querido darles donde más les duele como a José I, hermano de Napoleón Bonaparte, que le endilgaron el mote de “Pepe Botella” cuando sabido es que el hombre no había probado una gota de alcohol en su vida, o a Enrique IV “el impotente”, por razones aparentemente obvias, cuando la realidad es que estaba en juego la pugna por su sucesión entre su hermana Isabel “la católica” y su sobrina Juana “la Beltraneja”. En cambio, hay apodos que con el tiempo deberían cambiar su razón de ser, dadas sus connotaciones actuales, como por ejemplo a la esposa de Amadeo de Saboya le llamaban “la húmeda”, pudiéndose prestar a interpretaciones más o menos lúdicas, cuando tal apodo lo era única y exclusivamente por su apellido “Del Pozo della Cisterna”. Porque, todo hay que decirlo, su querido marido se la pegaba con Adela Larra, hija del famoso escritor Mariano José, pero esa es otra historia.

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