No, sin mi ronda
Yo soy esa; esa persona que no desaprovecha oportunidad alguna cuando se trata de criticar la Ronda Oeste. No en vano, nuestra gloriosa circunvalación ha sido ya protagonista de algunas de mis columnas. Y no es porque yo sea un cascarrabias, sino porque «he visto cosas que no creeríais». Así que cuando veo la ronda en obras no sé qué pensar, pero me siento en la obligación de criticarlo. Y eso me preocupa, porque lo de criticar sin pensar pensaba yo, cuando pensaba, que era algo reservado para Ayuso; y ahora no sé si me estoy volviendo de ultraderechas o muy femenino por compartir mi vida rodeado de mujeres. Pero yo no soy machista, eh, que tengo madre, mujer, hermana, sobrina e hijas. Pero volvamos al tema. El caso es que, por una parte, me da miedo que estas obras acaben suponiendo la evolución normal de la ronda —es decir, la cagada 3.0, 4.0 u otro parche o extensión con bug asegurado—; pero tengo que admitir que nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, y estos días echo mucho de menos poder circular por la ronda con normalidad. Una normalidad defectuosa y llena de «mecagüenes», pero que, al fin y al cabo, facilita mis tardes de taxista parental. Y ahora es cuando caigo en la cuenta de lo triste que es mi vida: soy de ultraderechas, machista y, para colmo, la Ronda Oeste —con todo lo que la he criticado— es necesaria en mi vida.