Un riesgo global
Palmario es que tanto la información falsa como su artera hermana la desinformación – aviesas herramientas, por cierto, de tantos negacionismos– son dos de las grandes amenazas para que podamos ejercer libre y conscientemente cómo decidir, elegir y actuar. Aparte de que nuestra misma experiencia diaria nos lo confirma a cada instante, es asimismo un hecho ampliamente reconocido por investigadores, analistas y estudiosos de nuestra global realidad social de uno u otro tipo, incluidos los propios círculos económicos: el mismísimo Foro Económico Mundial, el Foro de Davos vaya, –una organización internacional sin ánimo de lucro creada en 1971 que concebida como una plataforma de encuentro para debatir sobre los principales desafíos mundiales, de la economía y el comercio hasta el cambio climático, la tecnología o la salud pública, involucra a líderes empresariales, políticos, intelectuales y sociales– les ha otorgado un lugar prioritario entre los peligros globales identificados en su informe de riesgos de este mismo año. Y dado que entre sus perniciosas consecuencias está –contra todas las evidencias ya no sólo científicas sino a la vista en nuestra propia experiencia de cada día– su avieso apoyo al negacionismo climático, bienvenida sea esa declaración que, en la COP30, la Conferencia de la ONU sobre el clima que se viene celebrando en Brasil, han suscrito naciones como Canadá, Chile, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Suecia, Uruguay, la propia Brasil y nuestro país, una declaración auspiciada también por la ONU y la Unesco, mostrando su preocupación por ese creciente impacto de la desinformación, la información errónea y el negacionismo y por los ataques deliberados contra periodistas, defensores, científicos, investigadores y otras voces públicas ambientales y por tantas otras tácticas utilizadas para socavar la integridad de la información veraz precisamente sobre el cambio climático Es una declaración abierta a la que se puedan sumar más países, fruto de la Iniciativa Global para la Integridad de la Información sobre el Cambio Climático que en junio puso en marcha un fondo especial para financiar iniciativas que se han concretado ya en cerca de quinientas propuestas –cuatrocientas cuarenta y siete para ser exactos– de casi un centenar de países. Se trata de comprometerse a financiar proyectos que contrarresten tan torticeras prácticas –Brasil, bien por sus dirigentes, ha aportado ya un millón de dólares a la iniciativa– promoviendo una acción climática informada e inclusiva mediante el acceso equitativo a una información precisa, coherente y comprensible sobre el cambio climático, así como a instar a las empresas tecnológicas a que analicen si su diseño de algoritmos no está quizá contribuyendo a socavar la integridad del ecosistema de información climática, y a pedir al sector privado en general que garantice unas prácticas publicitarias transparentes y responsables con los derechos humanos y a que apoyen la información y el periodismo confiables. Queda ahora esperar que tales intenciones se concreten en acciones que real y efectivamente lleven a la práctica tan buenas intenciones y consigan hacer frente a lo que es un riesgo global atentatorio de la estabilidad informativa y tanto en esta área como en, por desgracia, en tantas otras, viene retrasando e incluso podría ser que acabara impidiendo la adecuada e imprescindible respuesta global a esa amenaza.