Sangre y convivencia
El presidente del Partido Popular y candidato de esta formación a presidir España, Pablo Casado, sigue sorprendiendo con declaraciones subidas de tono, muy cuestionables desde el punto de vista ético que demuestran que para él todo vale con tal de atacar al actual presidente del Gobierno, el socialista Pedro Sánchez, y ganar apoyos entre los votantes de ideología extrema, ávidos de una peligrosa confrontación en un país como el nuestro que, tras cuatro décadas de democracia, sigue teniendo abiertas las heridas de su belicosa y arbitraria historia.
Su última perla, ya la habrán escuchado, ha sido decir que Sánchez prefiere manos manchadas de sangre a manos pintadas de blanco. Una postura totalmente maniquea (o estas con los malos o con los buenos, sin término medio ni matices) que vuelve a utilizar el terrorismo de ETA (afortunadamente superado gracias, entre otras cosas, al diálogo) buscando un rédito electoral, frivolizando con el sufrimiento y el dolor reales que la actividad de aquella banda generó durante tantos años en la sociedad vasca y española, tanto a militantes del PP como del PSOE y que, sobre todo tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, llenó las calles de ciudadanos de distinta ideología, raza, edad, que, unidos en la causa común contra la barbarie, mostraron al mundo sus manos blancas.
El hecho de que Sánchez haya recibido votos de EH Bildu para sacar adelante una serie de medidas de calado social como la ampliación del permiso de paternidad o el subsidio para desempleados de larga duración a partir de los 52 años no justifica el ataque de Casado, que parece incluso cuestionar el sistema democrático español que tanto nos costó construir, el cual permite que partidos con distintas ideas puedan obtener representación parlamentaria si así lo deciden los ciudadanos y respaldar aquellas medidas que estimen oportunas.
Olvida además el máximo dirigente del PP que EH Bildu es una coalición política formada en 2012, dos años después del último atentado de ETA, y que, aunque entre sus impulsores haya gente que antaño perteneció a Herri Batasuna, un partido que no condenó los atentados de ETA y al que Tribunal Supremo ilegalizó en 2003 por entender que formaba parte del entramado de la banda terrorista, también los hay que pertenecieron a partidos que en su día rechazaron la lucha armada como Aralar o Eusko Alkartasuna. Y que en Euskadi se ha iniciado un camino hacia la reconciliación a la que han ayudado algunos políticos de EH Biludu, entre los más sonados el alcalde de Errenteria (Gipuzkoa), Julen Mendoza, que además de impulsar encuentros de debate en torno a la violencia ha rendido homenaje a víctimas de ETA, como el policía Antonio Cedillo y el concejal del PP Manuel Zamarreño.
Reconciliación que, en el conjunto del país, en la pasada década trató de propiciar el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero con la aprobación de la llamada Ley de la Memoria Histórica en reconocimiento a todas las víctimas de la guerra civil y de la dictadura, una ley que justamente ahora el PP pretende suprimir y contra la que concejales del partido en esta provincia como el polémico Carlos Navarro, ese mismo que en el aniversario de la muerte de Franco puso la bandera preconstitucional en su estado de WhatsApp, no han parado de arremeter toda la legislatura.
Si al discurso de Casado unimos el auge de Vox y la derechización de Ciudadanos, parece claro que corremos el riesgo de entrar en una guerra ideológica de consecuencias terribles si alguien no pone un poco de mesura y ayuda a que el diálogo se imponga a las mentiras. Y que lo que nos jugamos en las elecciones del 28 de abril va mucho más allá de la estabilidad económica que tan en juego estuvo en las de diciembre de 2016: ahora nos jugamos, también, la convivencia.
