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José Ángel García
José Ángel García
02/07/2022

Pues, miren, eso hacemos

La aparición, un año más, con el comienzo de la temporada digamos estival, de los primeros incendios forestales –con el que días pasados calcinaba treinta mil hectáreas en la zamorana Sierra de La Culebra como infernal aldabonazo– ha vuelto a poner de manifiesto la absoluta necesidad de revisar, pero que de cabo a rabo, la gestión de la lucha contra tan repetido problema en nuestro país, uno de los más afectados, por cierto, de cuantos integramos la Unión Europea.

Una lucha para la que, como es más que sabido, además de la evidente necesidad de incrementar y mejorar los equipos y el número y profesionalización de los efectivos humanos directamente enfocados a la propia lucha contra las llamas una vez estas desatadas, es imprescindible  –y quien esto firma se ha hartado de escuchárselo a los expertos y de, a su vez, en su condición de informador, transmitir el razonamiento al común de la sociedad una y otra vez, temporada tras temporada, a lo largo de su dilatada trayectoria profesional–, es imprescindible, repito, el no limitarse a la propia  acción directa de extinción de cuantos incendios –debidos tantos de ellos a la imprudencia o la malicia humana, producto otros de causas naturales cada vez más propiciadas por los también en este campo perniciosos efectos del cambio climático– se produzcan sino afrontar su prevención tanto en lo que a sus causas se refiere como a las condiciones que favorecen su propagación, entre ellas, principalmente, el progresivo abandono de la limpieza de las masas forestales, esa limpieza que los usos tradicionales llevaban a cabo en anteriores épocas pero que los nuevos planteamientos socioeconómicos contemporáneos han vuelto casi inexistente.

Tanto lo uno –la mejora de la acción directa contra el fuego– como lo otro –la necesidad de llevar a cabo de manera continuada las labores de prevención– ponen de manifiesto lo inapropiado de una gestión que parcializa temporalmente parte de los efectivos contra incendios incrementándolos sólo en las épocas estivales en vez de mantener su número a lo largo de todo el calendario cuando evidente es que, aparte de la posibilidad de tener que actuar aunque sea menos intensamente en otros momentos puntuales contra las llamas, bien debieran seguir constituidos para poder dedicarse de manera efectiva a esas otras tan también, déjenme que repita el calificativo, tan imprescindibles tareas a la par que intensificar su entrenamiento y su profesionalización, eliminando así de paso el cierto grado de precariedad que en parte provoca la actual política de gestión.

O es que (es un ejemplo que en estos mismos días este comentarista ha escuchado y por significativo permítanme que me lo apropie) ¿a alguien se le ocurre que nuestros ejércitos no deben de tener todos sus efectivos prestos en continuada disponibilidad, ejercicio y mejora profesional sino que sólo se incrementaran –a modo de los tropas de levas de los antiguos tiempos– cuando se desatara algún conflicto o en épocas que se considerara que aumentaba la posibilidad de tener que entrar en acción bélica directa?  Pues en esto de la lucha contra el fuego, miren ustedes, eso es lo que en realidad, en alguna medida, venimos haciendo. ¿Les parece razonable?   

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